He fet un pollock.
Estoy pintando las paredes de casa. Distraída, dejo el bote de pintura abierto en mitad del salón. Retrocedo dos pasos sin mirar hacia atrás y, por supuesto, tropiezo con el chisme y el líquido espeso se desparrama por el suelo, salpicando alrededor. Afortunadamente, he colocado papel cubriendo la tarima. Me detengo un momento para admirar el desperdicio y, después de maldecir mi torpeza, pienso que hay algo interesante en la mancha de pintura.
He dicho “interesante” pero luego me digo que es algo más que eso, que es estético, que es bello, que es apasionante, que tiene intensidad, que es una obra de arte, que es una obra maestra, que Jackson Pollock no lo habría hecho mejor.
Observo una foto de Pollock trabajando en su estudio de Long Island en 1949. Sostiene una brocha gorda de la que se desprende un chorrete de pintura sobre un papel colocado en el suelo. Está en cuclillas y viste un mono de trabajo sucio. Con la otra mano, agarra un bote grande, muy parecido al mío.
¿Qué diferencia hay entre mi pollock y un verdadero pollock? Henchida de este repentino espíritu artístico e inflamada de una súbita y voluptuosa vanidad, me digo: “Poca”.
Según investigo sobre este tema, aprendo que la valoración estética de las obras dependía, tiempo atrás, de la belleza. Ese era el principal criterio para medir la originalidad, pues si había belleza, se elevaba el espíritu del alma humana en la contemplación, y por tanto había arte. Por contraposición, lo camp, lo kitsch, lo feo, lo degenerado, lo siniestro, lo monstruoso, lo horrible, lo espantoso ni podía definirse como obra ni merecía protección de ningún tipo. Fue Karl Rosenkranz, un pensador del siglo XIX, el primero que habló de “la estética de lo feo”, como hegeliana respuesta a lo bello, y la cual, como romántico que era, merecía toda su desaprobación.
Elena Cabrera, Las obras de arte también son feas, vulgares y aburridas, eldiario.es 25/02/2023
https://www.eldiario.es/cultura/obras-arte-son-feas-vulgares-aburridas_1_9976560.html
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