El botxí.



Aparece una señal funesta: ministro abyecto de la justicia acaba de llamar a su puerta y de advertirle que se le necesita: él sale, llega a una plaza pública cubierta por una masa apiñada y palpitante. Se le lanza a un envenenador, un parricida, un sacrílego: él lo agarra, lo ejecuta, luego lo amarra a una cruz horizontal, le levanta el brazo; y entonces se produce un horrible silencio, y ya no se oye más que el crujido de los huesos que se rompen bajo la barra y los gritos de la víctima. La separa, la pone sobre una rueda: sus miembros destrozados se enredan en sus radios, pende la cabeza, los cabellos se erizan y la boca, abierta como un horno, ya no emite más que un pequeño número de palabras sangrantes que a intervalos convocan a la muerte. Él ha terminado: le palpita el corazón, pero es de alegría; se aplaude, se dice para sus adentros: nadie machaca mejor que yo. Baja: extiende la mano teñida de sangre y la justicia le lanza desde la distancia algunas monedas de oro que él lleva consigo mientras atraviesa una doble fila de hombres que se aparta ante el horror. Se sienta a la mesa y come; luego se va a la cama y duerme. Y al día siguiente, cuando se despierta, piensa en cualquier otra cosa que haya hecho en la víspera. ¿Es esto un hombre? Sí: Dios lo recibe en sus templos y le permite rezar. No es un criminal; y, sin embargo, ninguna lengua se permite decir, por ejemplo, que es virtuoso, que es un hombre honesto, que es valioso, etc. Ningún elogio moral le vale, pues todos ellos implican una relación con los hombres, y él no tiene ninguna. Y, sin embargo, toda grandeza, todo poder, toda subordinación reposa sobre el ejecutor: él es el terror y el vínculo de la asociación humana. Eliminen del mundo a este agente incomprensible; en ese mismo instante el orden dará paso al caos, caerán los tronos y la sociedad desaparecerá. 


Las veladas de San Petersburgo (1821).

Joseph de Maistre, "Retrato del verdugo", El mayor enemigo de Europa y otros textos escogidos, El Paseo Editorial 2020

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