En cada cosa habita un univers.
En cada cosa, por pequeña que sea, habita un universo. La mónada es una perspectiva particular, pero completa, del universo entero. Un planteamiento afín a las upanishad y el sāmkhya y que recuerda a la “mezcla” de Anaxágoras. Para Leibniz, el propósito de la vida no es otro que lograr cierta armonía con lo que nos rodea. Cada individualidad, cada mónada, es un microcosmos autosuficiente, completo en sí mismo, en el que evoluciona. Y la multitud de las singularidades se encuentran trabadas entre sí en una armonía preestablecida. Por raro que parezca, el curso y la evolución de los acontecimientos en el espacio y el tiempo no es sino la expresión de las relaciones metafísicas que tienen estas singularidades entre sí (más allá del espacio y del tiempo). Mundos dentro de mundos. Mundos encapsulados. «Cada porción de materia es como un jardín lleno de plantas o un estanque lleno de peces. Pero cada rama de la planta o cada escama del pez es también un jardín o estanque similar». Singularidades, por otro lado, eternas, que ni nacen ni perecen. La muerte es un mero cambio de escenario. Si para Kierkegaard lo divino era la posibilidad pura (complementaria de las necesidades de la vida), para Leibniz era la armonía original de todas las cosas. Esa armonía original es la causa del querer y del universo singular en que vivimos.
Juan Arnau Navarro, Leibniz: la mente se crea un cuerpo, El País 15/09/2020
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