Berkeley, el primer filòsof budista europeu.



El irlandés sostiene que ser es percibir y al hacerlo se convierte, sin saberlo, en el primer filósofo budista europeo, cuando Europa no ha descubierto todavía el budismo. Su crítica de las abstracciones se convierte en un elogio de la atención, de la luz y los sonidos, de la percepción como apariencia verdadera. No engañan los sentidos, engaña la mente, que es la que hace inferencias, que es la que debe elegir entre un sentido u otro, entre la vista, el tacto o el oído. Para Berkeley las sensaciones no son duplicados de las cosas, son las cosas mismas. La rugosidad del papel o la impresión negra de estas palabras no tiene otra realidad que la mente que las percibe. Sujeto y objeto se funden y la mente parece no existir en el interior de la cabeza, sino fuera de ella, en el lugar donde se posa la mirada. No hay un yo frente al mundo, sino una participación mutua del mundo y del yo, una inmersión en el agua clara de la sensibilidad. Un mundo en el que las distancias son colores.

Hemos dicho que la filosofía corpuscular está de moda en el Trinity College de Dublín, donde ingresa nuestro filósofo con 15 años. Su planteamiento es sencillo. Todo, cualquier sensación o intuición, debe explicarse en función del tamaño, la masa y el movimiento de unos corpúsculos (que nadie ha visto) y que se mueven en un vacío ilimitado. Cualquier otra explicación queda fuera del ámbito de la ciencia. El mundo es una compleja mesa de billar con bolas de diferentes tamaños. Conforme se desarrolla la partida surge diversos efectos y apariencias: olores, sabores e impresiones visuales cuya explicación debe buscarse en dichas colisiones. La coreografía mecánica de los átomos produce las sensaciones. Incluso la gravedad o el magnetismo, que parecen actuar a distancia, deben explicarse mecánicamente. Así lo aseguran los más ilustres hombres de ciencia de Inglaterra. Así lo cree Voltaire, que cree pocas cosas. La explicación es legítima si es mecánica. Y Berkeley se pregunta: ¿qué tipo de colisiones explicarían el sabor de una manzana?, o ¿cómo dividir un olor?, o ¿cuánto pesa la impresión de una melodía? Colores y sabores pasan a ser apariencias producidas por seres imperceptibles (aunque sólidos y compactos) que constituyen lo único real. ¿Cómo se ha obrado esa inversión del sentido común? ¿No hay aquí una usurpación de la experiencia? Los nuevos científicos prefieren experimentar con ratones a hacerlo consigo mismos, viven como extranjeros en su propio país. Las cualidades inalienables (que llaman primarias) no pueden ser la solidez, la impenetrabilidad o el movimiento, lo inalienable (que llaman secundario) son los colores, las melodías, el frío y el calor, las alegrías y las penas y, en fin, todo aquello que experimentamos en nuestra propia carne. ¿Qué sabemos de la impenetrabilidad de esas criaturas que nadie ha visto? ¿Por qué llamar primario a lo que no es sino una conjetura inaprensible? La filosofía corpuscular invierte el sentido común y es todo menos empírica: cae en la contradicción de empezar con lo imperceptible: el átomo insensible y compacto.

Juan Arnau Navarro, Las puertas de la percepción, El País 10/09/2020

https://elpais.com/cultura/2020/09/08/babelia/1599602214_416509.html?fbclid=IwAR0rmCnsjorrMk_AQhaOIpXNK9hu4bqTR5dO_7nnUBYyed7kEXjZMkmFa70

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