La concepció científica del treball és incompatible amb l'ètica del treball luterana (Andrew J. Smart)
Diversas investigaciones psicológicas mostraron
que los seres humanos, en especial los estadounidenses, tienden a sentir terror
ante el ocio. No obstante, las mismas investigaciones también indican que si
las personas no tienen una justificación para estar ocupadas, preferirían estar
ociosas. Nuestro contradictorio temor al ocio junto con nuestra preferencia por
la pereza puede ser un vestigio de nuestra historia evolutiva. Durante la mayor
parte de nuestra evolución, conservar la energía constituyó la prioridad número
uno, por la mera razón de que obtener alimento suficiente constituía un desafío
físico monumental. En la actualidad, sobrevivir no requiere mucho (o ningún) esfuerzo
físico, por lo que hemos inventado ocupaciones fútiles de todo tipo. Dado el
motivo menos importante o, incluso, una razón especiosa para hacer una tarea,
las personas se abocan a la tarea. Quienes disponen de demasiado tiempo libre
tienden a deprimirse o aburrirse. No obstante, el ocio puede constituir el
único camino verdadero al autoconocimiento (…). Lo que se le presenta a la
conciencia mientras se está ocioso puede muchas veces provenir de las
profundidades del yo inconsciente, y esa información puede no ser agradable.
Sin embargo, es probable que el cerebro tenga buenas razones para llamar
nuestra atención sobre esos datos. Gracias al ocio, grandes ideas enterradas en
el inconsciente tienen ocasión de abrirse paso a la conciencia.
Nuestra “fobia al ocio” de larga data nos ha conducido casi inexorablemente
a nuestra actual obsesión con estar ocupados. En una profética nota editorial
publicada en 2006 en la revista Medical
Hypothese, Bruce Charlton postuló que la sociedad moderna se encuentra dominada
por empleos cuya característica fundamental reside en el ajetreo. El ajetreo
remite al multitasking: desempeñar
numerosas labores secuenciales y cambiar con frecuencia de una a otra según un
plan impuesto externamente. En la mayoría de las carreras profesionales, la
única vía hacia el progreso radica en el dominio aparente del ajetreo. (…)
La definición de ocio que exploro aquí es la antítesis del exceso de
actividad: hacer, quizás, una o dos cosas por día según un programa impuesto
internamente. El ajetreo crónico es perjudicial para el cerebro y a largo
plazo, puede entrañar consecuencias de gravedad para la salud. A corto plazo,
el ajetreo destruye la creatividad, el autoconocimientos, el bienestar
emocional, la capacidad social y puede dañar la salud cardiovascular.
Desde la perspectiva de las neurociencias, estudiar el ocio en el
laboratorio es sencillo. Y en rigor, la increíble actividad cerebral que se
produce solo durante el ocio se descubrió por accidente, cuando ciertos sujetos
sometidos a estudios de escaneo cerebral se encontraban tumbados en las
máquinas soñando despiertos. Amplio la definición de laboratorio del término
“ocio” con la inclusión de cualquier momento dl día en que un individuo no se
encuentra sujeto a un horario impuesto externamente y tiene ocasión de no hacer nada o bien cuenta con la libertad
de dejar vagar el pensamiento hacia donde sea que lo lleven las ideas que se
presenten en la conciencia en ausencia de ocupaciones. Las verdaderas
percepciones, sean artísticas o científicas, emocionales o sociales, solo
pueden producirse en esos raros momentos de ocio. (pàgs. 11-13)
¿Es verdad que si lográramos ser más eficientes podríamos disponer de más
tiempo libre?
Muy por el contrario, creo que existe una contradicción fundamental que
subyace en la relación entre nuestra cultura de la administración del tempo y
la cantidad de horas que los profesionales trabajan. Cuanto más eficientes
somos, mayor es la presión de producir: se trata de un ciclo sin fin, que
deriva de nuestra creencia de que el tiempo jamás debe perderse. (…)
La concepción científica del cerebro es incompatible con la concepción
luterana o cristiana del hombre y con la ética del trabajo. (…)
A principios de la década de 1990, Steve Sampson, un ex profesor mío de
antropología , fue contratado como asesor por una empresa danesa de
informática. Una firma de Rumanía había contratado, a su vez, a la danesa para
modernizar sus operaciones. Los daneses instalaron ordenadores y crearon un
departamento de informática. Todo parecía funcionar según lo planeado, pero se
presentó un problema: después de que se puso en marcha el sistema informático y
se capacitó a los empleados, el personal empezó a salir del trabajo al
mediodía. Intrigados, los daneses preguntaron por qué los empleados salían del
trabajo a mitad del día; los rumanos les explicaron que los ordenadores les
permitían completar la labor de un día en medio día, de modo que cuando
terminaban con el trabajo, se iban a sus casas. Mi profesor, antropólogo, fue
convocado para resolver la crisis. A los daneses los desconcertaba que los
rumanos no desearan hacer el doble de trabajo ahora que disponían de
ordenadores; los rumanos consideraban que los daneses estaban totalmente locos
por esperar que su volumen de trabajo aumentara el doble solo porque contaban
con la posibilidad de trabajar más rápido. Esto constituye un ejemplo claro de
brecha cultural, pero también del hecho de que una tecnología, como los
ordenadores, que supuestamente no da más tiempo libre en realidad reduce o elimina
el tiempo dedicado al ocio. (pàgs. 40-41)
Una de las grandes paradojas de la vida moderna radica en que la
tecnología, a pesar de sus ventajas, está quitándonos en realidad nuestro
tiempo para el ocio. Ahora estamos conectados las 24 horas del día, los 7 días
de la semana. El ocio se ha vuelto anacrónico. (pàg. 32)
Andrew J. Smart, El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto
automático del cerebro, Clave Intelectual, segunda edición 2015
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