Estats Units i el conflicte ciència-religió.

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Muchos sociólogos, algunos tan célebres como Karl Marx o Max Weber, asumieron que el desarrollo de las sociedades haría que, poco a poco, la ciencia y la razón sustituyesen a la religión como forma de entender el mundo. Además, se ha observado que, en buena medida, la ciencia y la religión suelen aparecer como maneras antagónicas de enfrentarse a la realidad. En parte, las cifras que muestran el descenso de la religiosidad en Europa sugieren que la primera suposición es cierta, pero la resistencia de este tipo de ideas en países como EE UU indican que la relación entre nivel de desarrollo y creencias no siempre tiene una relación directa o, al menos, no es una relación tan simple.

En un artículo que se publica en la revista de la Asociación Sociológica Americana, dos investigadores han estudiado las perspectivas sobre ciencia y religión en EE UU, un país en el que las contradicciones en este apartado son agudas. En aquel país, la gran locomotora científica y tecnológica del mundo en el último siglo, más de tres de cada cinco ciudadanos discrepan de lo que sostiene la ciencia respecto a la aparición del universo o la evolución.

Uno de los resultados obtenidos a partir de datos de la Encuesta Social General de este país indica que la armonización de puntos de vista entre quienes prefieren explicaciones científicas y religiosas resulta complicado. “La mayor parte de la gente en EE UU tiene orientaciones favorables hacia la ciencia o la religión, pero no hacia ambas”, afirman los autores del trabajo, Timothy O’Brien y Shiri Noy.

A partir de sus resultados, dividieron los puntos de vista de los estadounidenses entre tradicionales, modernos y postseculares. Los primeros, el 41% de la población, son más favorables a la religión; los segundos, el 36%, más favorables a la ciencia; y los terceros, el 21%, aceptan los postulados científicos siempre que no entren en conflicto con sus creencias, como el caso de la evolución humana a partir de otros animales o la aparición del universo con el Big Bang. En estos dos casos de confrontación, estos individuos, aún más religiosos que los tradicionales, rechazan la visión de la ciencia respecto al Big Bang (94%) o la evolución (97%).

Pese a renegar de estos planteamientos en que la ciencia puede pisarle parte del terreno a la religión como filosofía de vida, los postseculares no son ignorantes respecto a la ciencia, algo que sucede con más frecuencia en el caso de los tradicionales. De estos últimos, solo el 47% sabían que la radiactividad, además de con las bombas atómicas o en las centrales nucleares, se produce en la naturaleza. El 92% de los modernos conocía este hecho y el 90% de los postseculares también.

Las perspectivas sobre ciencia y religión, y la identificación con las tres diferentes posturas recogidas en el estudio, también tiene relación con aspectos socioeconómicos. Una mayor educación, en general, se corresponde con más conocimiento y más apoyo a la ciencia. Además, un nivel socioeconómico más alto está relacionado con un nivel inferior de religiosidad. En la misma línea, la perspectiva sobre ciencia y religión también varía dependiendo del sexo. Las mujeres tienden a ser más religiosas, y menos favorables a la ciencia, aunque esta diferencia en religiosidad por género no existe entre científicos. Además de las mujeres, los latinos, afroamericanos y, en general, los miembros de las clases sociales inferiores están sobrerrepresentados entre quienes tienen una perspectiva tradicional respecto a la ciencia y la religión.

Respecto a las aparentes contradicciones de los postseculares, con un nivel socioeconómico elevado, conocedores de la ciencia y favorables a la mayoría de sus planteamientos, los autores explican que “históricamente, algunas tradiciones conservadoras cristianas han visto teorías científicas dominantes como la evolución o el Big Bang como corrupciones”. “Si estas teorías son percibidas como no ciencia, entonces los individuos que las rechazan pueden no ver conflicto en su visión de ciencia y religión”, añaden.

Daniel Mediavilla, Tres maneras de afrontar el conflicto entre ciencia y religión, El País, 30/01/2015

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