El fons ètic del pensament de Maquiavel.
Un pensador y un hombre de acción, que se permite la insolencia de afirmar (¡y todavía en la Edad Media!) que una persona de baja condición está capacitada para juzgar al gobierno de los príncipes e incluso darle normas. Entre otras razones, porque es capaz de expresar, con insuperable plasticidad, el juego de perspectivas diversas, forzosamente encontradas y alejadas, entre quienes ostentan el poder y quienes son gobernados. Lo hace en la dedicatoria de su Príncipe a Lorenzo de Medici, al afirmar que, “de la misma manera que los que dibujan paisajes permanecen abajo, en la llanura, para contemplar el aspecto de las montañas, o bien suben a éstas para mejor observar los lugares bajos, considero que, para conocer perfectamente el modo de ser de los pueblos, es preciso ser príncipe, mientras que para saber cómo son los príncipes, es conveniente ser del pueblo”.
Pocas dudas puede haber del fondo ético de quien nos dejó escrito que “en una república nunca debería suceder nada que obligara a gobernar con medidas excepcionales”; o que “si se instituye el uso de romper la legalidad para bien, bajo esa apariencia podrá romperse para mal”; o que “no creo que exista cosa de peor ejemplo en una república que hacer una ley y no observarla, sobre todo si el que no la observa es quien la ha hecho”; o que “un hombre prudente no debe rehuir nunca el juicio popular en las cosas particulares, como la distribución de los cargos y las dignidades”; o que “el pueblo, engañado por una falsa apariencia de bien, desea muchas veces su propia ruina”; o que “una república no puede pasarse sin ciudadanos prestigiosos y sin ellos no puede gobernarse bien, pero, por otro lado, el prestigio de los ciudadanos es el origen de las tiranías que surgen en las repúblicas”; o que “una república bien organizada debe … abrir caminos … a los que buscan reputación por los procedimientos públicos y cerrarlos a los que la buscan por vías privadas”.
Reflexiones de este carácter surcan de principio a fin la obra de Maquiavelo y nos hablan de un hombre de convicciones profundas y firmes, un honesto servidor de los intereses generales; que defiende la racionalidad de las instituciones republicanas como garantía de estabilidad, frente a las fórmulas personalistas de gobierno, de consecuencias peligrosas e imprevisibles para el futuro de una comunidad. De quien alerta sobre los peligros del populismo y de la exaltación sin medida de los “hombres providenciales”. De quien trata en todo momento de preservar lo público y los principios de legalidad del acoso de apetencias privadas de diversa índole.
¿De dónde le viene entonces a Maquiavelo su perpetua mala fama? ¿Por qué, y es un ejemplo, cuando uno visita la basílica de la Santa Croce, en Florencia, y se para ante su monumento fúnebre, recibe por toda explicación de la guía local: “Éste es el que dijo que el fin justifica los medios”? ¿A qué se debe que todo su pensamiento haya quedado simplificado de tal forma? ¿Tal vez a que la Iglesia Católica no ha perdonado a quien la acusó de haber sido el mayor obstáculo para la unificación de Italia? ¿O a la venganza hipócrita contra quien, sin andarse por las ramas y yendo al grano, habló del poder sin reverencias cortesanas? ¿Se pretende castigar al cronista que despojó a los gobernantes de su tiempo, y de todos los tiempos, de su aureola sagrada, para retratarlo en los paños menores de sus ambiciones y miserias?
Javier Arteta, La mirada poética de Maquiavelo, fronterad.com 01/02/2024
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