Nuestras reacciones emocionales e instintivas están detrás de lo que el filósofo Leon R. Kass llamaba “la sabiduría de la repugnancia”, un concepto que acuñó en un artículo publicado en The New Republic en 1997 el que argumentaba su rechazo a la clonación, un año después de que un equipo liderado por el británico Ian Wilmut "creara" a la oveja Dolly, el primer mamífero clónico. Otros filósofos prefieren hablar del “factor puaj” (“the yuk factor”), que es también bastante ilustrativo, aunque negativo.
Es una reacción similar a cuando nos dicen que comamos algo que tiene un aspecto regulero. Muchas de estas reacciones son evolutivas y nos han protegido: cuando algo huele mal, no lo comemos porque podría sentarnos mal. Pero la evolución no lo contempla todo: muchos quesos huelen objetivamente mal, pero están buenísimos.
Otras veces el factor puaj viene de convenciones sociales. Siguiendo con la comida, estamos acostumbrados a una serie de sabores, olores y texturas. Y cuando vamos al extranjero podemos encontrarnos con platos que no sabemos de qué están hechos y con olores diferentes a los que estamos acostumbrados, por lo que la primera reacción puede ser de rechazo.
Con las intuiciones morales a veces pasa lo mismo. Gran parte de ellas son fruto de la evolución, como el rechazo al incesto o el castigo al que hace algo incorrecto. El problema es que algunas otras se han quedado anticuadas porque nos favorecían en un contexto, el de los homínidos viviendo en tribus, que no es el actual, el de una sociedad industrializada, global y con centenares de quesos que huelen muy fuerte.
Como dice Kass, el desagrado no es un argumento “y algunas de las ‘repugnancias’ de ayer hoy se aceptan con tranquilidad”, pero en ocasiones es una expresión de “sabiduría profunda”. El factor puaj ser un aviso del sistema 1, pero eso solo no basta: es entonces cuando debemos dejar entrar en juego al sistema 2: ¿merece la pena probar ese plato? ¿Solo estoy arrugando la nariz porque me sacan de la tortilla de patatas y ya no sé qué hacer? ¿No cabe la posibilidad de que lo disfrute?
El filósofo Julian Savulescu, que estuvo al frente del Centro Uehiro de Filosofía Práctica de la Universidad de Oxford, explicaba hace unos años en el podcast Philosophy Bites que hay distinguir entre las intuiciones y las razones, y saber cuándo estas intuiciones (ese "puaj") tienen razón de ser o solo son un resto, un vestigio, de algo que nos era útil hace milenios, o una costumbre que se ha mantenido durante siglos sin que nadie sepa muy bien por qué.
Las emociones y las reacciones instintivas nos sirven de guía, nos dan indicaciones acerca de cómo nos sentimos con respecto a cualquier tema, y nos ayudan a procesar información y a tomar decisiones deprisa, cuando no tenemos tiempo para pararnos a pensar. Pero no son infalibles. Son atajos: nos llevan muy rápido a un sitio, pero a veces no es el sitio al que queríamos llegar. Y por eso en ciertos temas merece la pena mirar Google Maps. Es decir, pararse no solo a pensar, sino también a preguntar, a leer, a escuchar… Y a confirmar si tenemos razones que sostengan nuestras ideas o solo excusas para justificarnos.
Un ejemplo claro, relativamente reciente y prácticamente superado es el rechazo al matrimonio igualitario. Hace casi 20 años, hubo gente que defendía que el matrimonio entre personas del mismo sexo degradaba la institución o que matrimonio viene de madre (el PP llevó este argumentazo al Tribunal Constitucional). Muchos se inventaron víctimas que en realidad no existían, como en los experimentos de Haidt, porque el único motivo para estar en contra de la medida era su desagrado personal.
Savulescu pone otros ejemplos de temas en los que de entrada podemos tener una sensación de rechazo, como la ingeniería genética o la investigación con células madre. Este rechazo puede estar justificado, por supuesto, pero hay que razonarlo más allá de estas emociones. Es decir, con el sistema 2 y no solo el 1. Hay que encontrar razones que tengan que ver, por ejemplo, con el bienestar, con la salud, con los derechos, con la libertad.
Por ejemplo y volviendo a la clonación, 27 años después del artículo de Kass y 28 después de la oveja Dolly, un primate clonado ha llegado a la edad adulta (dos años): el macaco Retro. ¿La clonación puede servir para estudiar mejor las enfermedades y sus tratamientos, como sugieren los investigadores al frente del experimento? ¿O se trata de una técnica peligrosa y poco o nada ética de que conlleva el peligro de caer por una pendiente resbaladiza que nos lleve a la clonación humana?
Las razones han de estar argumentadas y no basarse solo en que la clonación nos resulta desagradable. Podemos llegar a la conclusión de que cosas que nos olían sospechosas, como el queso, en realidad están muy buenas, como el queso. O, al revés, decidir que no nos gustan y que no merecen la pena, como el queso fresco.
Jaime Rubio Hancock, Quesos, clones y el factor puaj, Filosofía inútil 31/01/2024 |
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