Facebook tuvo la capacidad de formar una comunidad grande y dispar sobre algún tema o preocupación compartida ha sido extremadamente significativa. Para bien y para mal. Movimientos sociales como el MeToo o Black Lives Matter no habrían sido posibles sin las grandes redes sociales. Esa es una contribución muy importante. Pero, por supuesto, las redes sociales también permiten la creación de comunidades más dañinas, como QAnon o los movimientos antivacunas. Eso en sí mismo no es culpa de Silicon Valley, por supuesto, pero lo que ahora entendemos es que empresas como Facebook y YouTube diseñaron sus redes sociales para atraer a la gente hacia la versión más dañina y destructiva de este impulso de creación de comunidades, porque es más eficaz para generar compromiso y aumentar sus ingresos.
Las plataformas se han vuelto exponencialmente más eficaces a la hora de mostrar contenidos que te atraigan específicamente. Lo hacen mediante algoritmos muy sofisticados que determinan tus gustos e intereses específicos y te muestran lo que más te atrae. Cualquiera que haya pasado tiempo, por ejemplo, navegando por YouTube ha visto muchos vídeos que responden a sus intereses y que no habría descubierto de otro modo. Pero el problema, de nuevo, es que estos algoritmos han aprendido también que la mejor forma de captar nuestra atención es cultivar y activar las partes más oscuras y destructivas de nuestra naturaleza.
El pecado más grave de las plataformas fue diseñar deliberadamente su plataforma para explotar nuestras necesidades psicológicas innatas con el fin de que pasáramos más tiempo conectados. Cuando empezaron a hacerlo, a finales de la década de los 2000, se dijeron a sí mismos que estaba bien lo que hacían porque conseguir que pasáramos más tiempo conectados sólo podía ser beneficioso para nosotros. Creían que internet sería literalmente la salvación de la humanidad y, por tanto, cualquier cosa que hicieran para que nos conectáramos más era buena. Pero muy pronto quedó claro que la forma más eficaz de hacerlo era amplificando nuestros peores instintos, hacia el odio, la división y la desinformación. Y se volvió tan lucrativo para ellos que los líderes de la compañía deliberadamente ignoraron las consecuencias, incluso cuando sus propios investigadores internos les dijeron que sus productos estaban adoctrinando a millones de personas en el odio racial, las conspiraciones médicas y otras creencias peligrosas.
Las redes nos entrenan para dar rienda suelta a algunos de nuestros instintos más destructivos y dañinos, y para exagerarlos a una escala que rara vez ocurre de otro modo. Cada vez que te conectas, la plataforma está cambiando sutilmente tu comportamiento. Cuando publicas algo que la plataforma quiere fomentar, el algoritmo empujará tu publicación a más gente para que consigas más me gusta, para que sea más compartidos. Si publicas algo que la plataforma quiere desalentar, lo ocultará a otros usuarios para que te sientas ignorado. Lo hace una y otra vez. Todos los días. Se trata de una forma muy poderosa de recompensa social que, según demuestran las investigaciones, puede ser extremadamente eficaz para cambiar tu comportamiento, tu sentido del bien y del mal, incluso tu comprensión de la línea que separa la verdad de la mentira. Y sabemos que los comportamientos que más recompensan las redes sociales son la indignación, el odio a un grupo social externo, la división de nosotros contra ellos y la desinformación que satisface nuestros miedos u odios más profundos.
El fomento extremo de la indignación moral es probablemente el más consecuente, porque las redes nos llevan a exagerar este instinto dramáticamente. La indignación moral puede ser sana y útil en determinadas circunstancias. Es la forma en que, como sociedad, desalentamos los comportamientos perjudiciales o antisociales. Pero las redes sociales te animan a profundizar drásticamente en tu sentido de la indignación moral, a amplificar la rabia con que la expresas y a ampliar a quién diriges esa indignación.
Si las plataformas sociales eliminaran (...) el botón me gusta o el contador que muestra el número de compartidos debajo de cada publicación, entonces los daños de las redes sociales se reducirían sustancialmente mientras que los aspectos positivos permanecerían en su mayoría. Sabemos que esto es posible porque así es como funcionaban las redes sociales hace 20 años.
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