Raonament motivat i objectivitat científica.

 







Es bien sabido que las personas son más propensas a aceptar las pruebas que concuerdan con lo que ya creen. Los psicólogos lo llaman «razonamiento motivado» y, aunque el término es relativamente reciente, la idea que representa no. Hace cuatrocientos años, Francis Bacon lo expresó de la siguiente forma: «El entendimiento humano no es puro, sino que se ve influido por su voluntad y sus emociones [...] el hombre prefiere creer aquello que desea que sea cierto».

Algunas investigaciones muestran que, incluso con incentivos económicos, la mayoría de las personas son incapaces de deshacerse de sus sesgos. Por lo tanto, el problema parece que no es una cuestión de voluntad, sino de capacidad. Los grandes científicos quizá piensen que, al estar entrenados para ser objetivos, evitan los obstáculos en los que caen las personas corrientes.

¿Significa esto que la ciencia no puede ser objetiva? Desde luego que sí. Para ello, los científicos no solo deben vigilar sus propios sesgos, sino los mecanismos utilizados para asegurarse de que los sesgos se minimizan. De todos ellos, el mejor conocido es la revisión externa de los artículos científicos, aunque igual o más importante es la diversidad. Tal como explico en mi libro Why trust science, la diversidad en la ciencia no solo es fundamental para asegurarnos de que todas las personas tienen una oportunidad para desarrollar su talento, sino también para cerciorarnos de que la ciencia es tan imparcial como sea posible.

Algunos argumentarán que deberíamos esforzarnos en lograr la neutralidad valorativa, incluso aunque sepamos que no lo podemos conseguir por completo. En la práctica de la ciencia, este argumento puede ser válido. Pero lo que resulta útil en la investigación científica puede ser contraproducente en la comunicación pública, porque la idea de un mensajero de confianza implica que se compartan los valores. Los estudios muestran que los científicos estadounidenses quieren (entre otras cosas) utilizar su conocimiento para mejorar la salud, hacer que la vida sea más fácil, fortalecer la economía a través de la innovación y los descubrimientos y proteger a las personas de las pérdidas derivadas del cambio climático.

Las encuestas de opinión sugieren que la mayoría de estadounidenses también desean muchas de estas cosas; el 73 por ciento cree que la ciencia tiene un impacto principalmente positivo sobre la sociedad. Si los científicos se niegan a hablar de sus valores por miedo a que estos difieran de los del público al que se dirigen, pueden perder la oportunidad de descubrir que existen importantes puntos en los que coinciden. Si, por otro lado, los científicos insisten en su neutralidad valorativa, tal vez sean considerados falsos, si no deshonestos. Una persona que verdaderamen- te no tiene valores —o rechaza permitirse que los valores influyan en su toma de decisiones— ¡sería un sociópata!

La neutralidad valorativa es como un casco de aluminio. En lugar de intentar esconderse tras él, los científicos deberían admitir que tienen valores y estar orgullosos de que estos motiven la investigación orientada a hacer del mundo un lugar mejor para todos.

Naomí Oreskes, ¿Debe ser neutral la ciencia?,  Investigación y Ciencia, septiembre 2021

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