El pensar humà i el pensar de les màquines
¿Pueden las máquinas pensar? Ante esta pregunta, formulada por Alan Turing ya en 1950 (Computering Machynery and Intelligence) lo primero que pasa por la cabeza es la de que todo depende de lo que entendemos por pensar. El propio Turing escribe en el arranque “Deberíamos empezar definiendo lo que significan los términos máquina y pensar” No parece que esta exigencia se haya siempre respetado.
Etimológicamente pensar es sopesar, alzar, relevar, hacer que algo destaque a fin de pesarlo o pensarlo, dirimir respecto a sus posibilidades con vistas a obtener un resultado que se espera. Pero, obviamente, esto corresponde tanto a la compleja reacción que tiene un animal que valora opciones de fuga ante la presencia de un depredador como a la disposición de un político que tantea o calibra los beneficios y perjuicios de adoptar tal posición. Y cuando Turing plantea la pregunta se está refiriendo a algo más que esto.
De hecho Turing se está refiriendo a un ser (“una cosa que piensa” Descartes dixit) cuya reacción ante el entorno fuera homologable a la de los humanos cuando actúan racionalmente. Y quisiera al respecto hacer una precisión. En ocasiones se presenta la cosa así: Turing nos estaría pidiendo que juzguemos a la invisible entidad de la misma manera que usualmente juzgamos a los humanos: si estos responden a nuestras preguntas de un modo que nos parece razonable diremos que están pensando. Pero la cosa no es exactamente así: cuando nos dirigimos a un ser humano, tenemos como punto de arranque, presupuesto o condición que estamos dirigiéndonos a un ser pensante. Si responde mal o caóticamente, diremos que es un ser pedante, confuso o claramente estúpido, pero no esperamos la respuesta para determinar que se trata de un ser pensante.
Pero con independencia de este problema cuando Turing se está refiriendo a una potencial máquina inteligente, está pensando en una inteligencia que se activa incluso cuando nada concierne en lo relativo a las condiciones de posibilidad de su existencia, es decir al soporte material de la misma. Una máquina cuya percepción sensible fuera actuada por entidades que no son ellas mismas sensibles, como en todo caso son los conceptos, una máquina que respondiera al campo eidético. Una máquina que a partir de de un conjunto finito de elementos potencialmente pudiera desplegar una pluralidad infinita. Obviamente no se trata de elementos del mismo nivel. Conjunto finito de elementos físicos, es decir significantes, versus -conjunto infinito (potencialmente, pues los elementos no se dan al mismo tiempo) de elementos eidéticos, es decir significados. Pero el pensar al que se refiere Turing va quizás más allá.
En la intersección de la ciencia y la filosofía, el proyecto de Turing abre el siguiente interrogante. Siendo el hombre un animal de razón y de lenguaje, ¿llegará él mismo a ser creador de razón y lenguaje? ¿Conseguirá un artificio que sea cabalmente inteligente, es decir, que incluya los aspectos emocionales y creativos de la inteligencia? ¿O aquello que llamamos inteligencia artificial no es verdaderamente algo que (parafraseando a Descartes) afirma, niega, siente, conjetura, concluye teme, se motiva y sobre todo duda, aspectos todos ellos que son expresión de inteligencia?
Los cerebros artificiales solucionarán mucho mejor que el hombre ciertos problemas aquí ya evocados, reemplazándonos en tareas tecnológicas. Pero ¿serán émulos de Dante o Calderón, compondrán como Mozart o Vivaldi? A lo cual cabe añadir:
¿Serán esos nuevos seres capaces de formular algo análogo al principio de equivalencia de la relatividad general o al principio de incertidumbre de Heisenberg de la Mecánica Cuántica? ¿Serán capaces de “interesarse” por algo como las figuras cónicas que fascinaban al pensamiento griego y que sin embargo no tuvieron durante siglos utilización técnica alguna? ¿Serán susceptibles de ser movidos por la pura exigencia de inteligibilidad que, desde la física elemental de los jónicos hasta las discusiones sobre los fundamentos de la física cuántica (¡que se prolongan desde hace un siglo!) son un aspecto esencial de la ciencia (no el único por supuesto)? ¿Serán capaces de sentir ese estupor (según Aristóteles punto de arranque de la filosofía) que experimenta un científico cuando constata algo que, funcionando perfectamente, parece escapar a los principios mismos de la ciencia, ese estupor que -por mucho que hubiera previsto el resultado- no dejó de experimentar Alain Aspect ante su experimento de no localidad? En suma:
¿Dará el hombre lugar a un ser artificial dotado de la inteligencia a la vez conceptual y sentiente (por utilizar la expresión de Zubiri) que ha posibilitado un Garcilaso, pero también un Descartes o un Einstein, y que además tenga esa trágica certeza de la propia finitud que acompañaba a esos creadores, como acompaña a todo ser de palabra.
Víctor Gómez Pin, A vueltas con la pregunta de Turing, El Boomerang 30/07/2021
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