Endeutats per a tota la vida.








En muchas culturas antiguas y modernas la deuda, como la culpa, implica un vínculo, una obligación. En el origen de esa conexión identificamos una relación jurídica, como la que, en la religión, une al hombre con Dios. A través de ella se expresa una relación de dependencia de los vivientes respecto de las potencias soberanas y la obligación de amortizar, en el curso de la vida, la energía vital de la que han sido hechos depositarios. La más antigua forma de amortización para pagar a la divinidad la deuda de la vida es el sacrificio. El poder asociado con el culto sacrificial se enfoca sobre la víctima, en la cual los gérmenes de desacuerdo se polarizan en la vida común, desviando su curso.

Como vínculo, la deuda es la expresión de un nexo social, cuya interrupción implica la culpa por su inobservancia. Este nexo se muestra también y esencialmente como un potente dispositivo de poder. Está claro, en efecto, que con la expresión “estar en deuda” no se indica simplemente el hecho de tener “deudas”. Con ella se expresa algo que, exactamente, no se puede poseer, y que más bien nos posee y a lo que estamos sujetos: literalmente, en este horizonte, “estar en deuda” indica una “deuda de vida”, que no es posible superar porque nos supera.

La función de la culpa conectada a la economía de la deuda cambia al cambiar las condiciones que la produjeron y las categorías que operan en la base de este cambio ya no son solo las de tipo jurídico, sino más bien las ligadas a la esfera económica de la evaluación. La culpa, aquí, no resulta ser solo la expresión de un vínculo que prejuzga por el solo hecho de existir. Es la condición que se produce en el momento en que, con las políticas neoliberales, las maneras de dar valor a la vida se corresponden plenamente con la misma valorización del capital, haciendo así posible que cada uno de nosotros pueda convertirse en un “capital humano”.

Las capacidades individuales, en sí mismas potencialmente abiertas, se transforman así por la frustración de no sentirse nunca a la altura de la situación. Hay por ello una constante autocrítica origen de un sentimiento de culpabilidad, cuya característica fundamental no es estar meramente en relación con un vínculo jurídico, sino nacer más bien de una modalidad económica de evaluación, que inmediatamente se traduce en posibilidades de inversión en aquello que es una carencia. Se reproduce de este modo una deuda infinita, que materialmente proviene de formas obsesivas de consumo destinadas a compensar la convicción de no ser aptos para lo que nos es requerido.

Volver a dar posibilidades a cuanto tiende a imponerse actualmente solo como una carencia es justamente lo que debemos procurar hacer para cambiar las condiciones de lo que parece ser una red sin posibilidad de salida. Si es cierto que toda sociedad es capaz de producir el tipo de hombre que necesita, creo que, para abrir un paso en esta dirección, puede ser útil estudiar los mecanismos de la “máquina antropogénica” de la que están equipadas las sociedades neoliberales: una máquina en muchos aspectos distinta de la jurídica, cuyo perfeccionamiento había interesado a muchas sociedades antiguas y modernas, pero no por eso más fácil de reactivar de un modo diferente a como lo ha intentado la insensata carrera emprendida hasta hoy.

Elettra Stimilli, Todos nacemos endeudados, El País 07/11/2020

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