El llenguatge importa.
El lenguaje importa. Las palabras no cuestan nada, y cualquier político, periodista o ciudadano de a pie posee una reserva ilimitada de ellas. Sin embargo, hay días en que unas pocas palabras bien elegidas adquieren una importancia crucial, y el orador que las halla decide el curso de los acontecimientos. Con tiempo, los líderes, comentaristas y activistas dotados de empatía y elocuencia pueden emplear las palabras para no solo explotar la opinión pública, sino moldearla. ¿El resultado? Paz, prosperidad, progreso, desigualdad, prejuicios, persecuciones, guerra. El lenguaje importa.
No se trata de ninguna novedad; por algo hace miles de años que se estudia, enseña y debate el lenguaje y la oratoria. Pero nunca antes se habían distribuido las palabras con tal alcance y con tanta inmediatez. Surcan el espacio virtual con un retraso infinitesimal. Un político puede sembrar una idea en diez millones de mentes antes de bajar del estrado. Una imagen con un autor y un significado compuesto de forma meditada —un avión que se estrella contra un rascacielos, sin ir más lejos— puede llegar a espectadores de todo el mundo con una instantaneidad que ya no conoce límites mecánicos o geográficos. Hubo un tiempo, no demasiado lejano en la historia de la humanidad, en que solo habríamos oído un rumor, o leído una noticia al respecto, días o incluso semanas después. Hoy en día todos somos testigos, parte de un público que observa y escucha en tiempo real.
Ahora. Está pasando ahora. Lo está diciendo ahora. Estás colgando tu comentario ahora. Estoy respondiendo ahora. Escúchame. Mírame. Ahora.
Vemos nuestra época como la era de la información digital, y lo es, pero a veces olvidamos cuánta de esa información se transmite en un lenguaje humano que realiza la misma función que ha llevado a cabo en todas las sociedades humanas: avisar, asustar, explicar, engañar, enfurecer, inspirar y, sobre todo, convencer.
Así pues, esta es también la era del lenguaje. Aún más: estamos viviendo una transformación del lenguaje sin precedentes, que todavía no está terminada ni decidida. Y aun así, cuando reflexionamos y debatimos sobre el estado actual de la política y los medios de comunicación —sobre cómo se estudian las políticas y los valores y se toman decisiones -tendemos a mencionarlo solo de pasada, como si nos interesara solo en la medida en que puede ayudarnos a entender otro tema, algo más fundamental. Sostengo que el lenguaje público -el lenguaje que usamos al hablar de política, al argumentar en un tribunal o al intentar convencer a alguien de cualquier tema en un contexto público- merece un estudio detenido en si mismo. La retórica, el estudio de la teoría y la práctica del lenguaje público, antaño se consideraba la reina de las humanidades. En la actualidad languidece en un digno anonimato. Pienso defender su derecho al trono.
Tenemos una ventaja sobre las generaciones anteriores de estudiosos de la retórica. Que se pueden hacer búsquedas electrónicas en los medios de comunicación modernos y que sean indelebles significa que nunca ha sido tan fácil seguir el rastro de la evolución de las palabras y declaraciones concretas con las que se constituye una oratoria particular. Cual epidemólogos tras la pista de un nuevo virus, podemos retroceder en el tiempo y remontar el recorrido de una muestra influyente de lenguaje público empezando por su fase pandémica, cuando está en todas las bocas y pantallas, pasando por su desarrollo, primero tardío y luego temprano, hasta llegar por fin a la singularidad: el momento y lugar precisos en los que fue alumbrada.
Mark Thompson, Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?, Debate, Madrid 2017
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