text 48: José María Lassalle, Libres frente al miedo




Las previsiones han sido desbordadas en toda Europa. La Covid-19 está siendo un enemigo insuperable para nuestro continente porque el virus fue sembrado cuando estábamos instalados en una normalidad que escondía su propagación silenciosa. Se infiltró en nuestras vidas agazapado detrás de los hábitos de convivencia de sociedades acostumbradas a una estructura cotidiana de libertad que descansa sobre la responsabilidad de cada uno. Una libertad que es difícil de desarraigar y que cuesta limitar y disciplinar. Entre otras cosas porque nuestra historia es, en parte, y en especial en el mundo mediterráneo, un esfuerzo de generaciones por liberarnos de instituciones de poder basadas en la culpa y la disciplina moral. Una conquista que nos hace rechazar por principio mecanismos de estabulación y que nos lleva a defender formas de socialización cooperativa a partir de nuestra libertad, sin dirigismos ni autoridades centralizadas. Incluso hemos promovido revoluciones políticas para conseguirlo y gracias a ellas disfrutamos en Europa de una civilización de derechos y una institucionalidad ­legal al servicio de una convivencia cívica basada en la mayoría de edad de todos.
Pagamos ahora desgraciadamente con nuestra salud el precio de no estar acostumbrados a vivir dentro de un cuartel o un ­convento de clausura. Algo que no debemos olvidar si no queremos socavar las bases morales sobre las que se asienta nuestra ­arquitectura democrática. Sobre todo ahora, cuando son muchas las voces que tratan de culpar a la democracia liberal y a sus administradores, tanto en nuestro país como en el conjunto de Europa, de falta de previsión, de negligencia e, incluso, de incapacidad sistémica a la hora de afrontar la pandemia. Voces que no esconden su propensión autoritaria y extremista al culpar a la libertad y a la institucionalidad democrática de ser las causantes de la amplificación de los efectos nocivos de la pandemia. Una estrategia que el autoritarismo comienza a desplegar agitando el miedo y el malestar acumulados por días de confinamiento y sufrimiento colectivos, y transformándolos en odio e ira organizada que espera ser cobrada políticamente cuando expire el estado de alarma.
El neofascismo se prepara para el horizonte de la pospandemia. Una batalla electoral que enredará en las emociones atemorizadas de unas clases medias instaladas en el populismo. Se fragua en las redes un relato antisistema que enfatiza la necesidad de fronteras, de más seguridad y de unidad inquebrantable de la comunidad a través de un Estado más fuerte. El objetivo es restablecer la lógica amurallada de la edad media, cuestionar la globalización y defender liderazgos carismáticos que busquen culpables en Europa y enemigos entre los defensores de la insti­tucionalidad liberal de la democracia. Una apología de la dictadura para tiempos de excepción normalizada ­como los que se avecinan. Una apología del orden y la seguridad que habrá que combatir haciendo pedagogía que convenza a la sociedad de que los riesgos globales se resuelven con más ­gobernanza global y más libertad.

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