Quan tot discurs és un "relat" ...

Pero las consecuencias culturales más graves del relativismo proceden de su aplicación en las ciencias sociales. El historiador inglés Eric Hobsbawm ha denunciado en términos elocuentes:
el crecimiento de las modas intelectuales «posmodernas» en las universidades occidentales, sobre todo en los departamentos de literatura y antropología, que hacen que todos los «hechos» que aspiran a una existencia objetiva sean, simplemente, construcciones intelectuales. Resumiendo, que no existe ninguna diferencia clara entre los hechos y la ficción. Pero en realidad la hay y, para los historiadores, incluidos los antipositivistas más acérrimos entre todos nosotros, es absolutamente esencial poder distinguirlos. 
En la continuación del texto, Hobsbawm muestra cómo un trabajo histórico riguroso permite refutar los mitos proclamados por los nacionalistas reaccionarios en la India, Israel, los Balcanes y otros países, y cómo la actitud posmodernas nos desarma ante esas amenazas.




En una época en que la superstición, el oscurantismo y el fanatismo nacionalista y religioso se extienden por muchos lugares del mundo —incluido el Occidente «desarrollado»—, es, como mínimo, una irresponsabilidad tomarse con tanta ligereza aquello que, históricamente ha sido el principal valladar contra esas locuras, es decir, una visión racional del mundo. Sin duda alguna, no es intención de los autores posmodernos favorecer el oscurantismo, pero es una consecuencia inevitable de su enfoque. 

Por último, para todos los que nos identificamos con la izquierda política, el posmodernismo tiene especiales consecuencias negativas. En primer lugar, el enfoque extremo en el lenguaje y el elitismo vinculado al uso de una jerga pretensiosa contribuyen a encerrar a los intelectuales en debates estériles y aislados de los movimientos sociales que tienen lugar fuera de su torre de marfil. Cuando los estudiantes progresistas que llegan a los campus norteamericanos se les enseña que lo más radical —incluso políticamente—es adoptar una actitud de escepticismo integral y sumergirse por completo en el análisis textual, se les hace malgastar una energía que podrían dedicar fructíferamente a la actividad investigadora y organizativa. En segundo lugar, la persistencia de la ideas confusas y de discursos oscuros en determinados sectores de la izquierda tiende a desacreditarla en bloque; y la derecha no pasa por alto la oportunidad para utilizar demagógicamente esta conexión.

Pero el problema más importante estriba en que cualquier posibilidad de realizar una crítica social que pudiera llegar a quienes no están convencidos de antemano—cosa absolutamente necesaria, dado el actual tamaño infinitesimal de la izquierda norteamericana— resulta lógicamente imposible a causa de los prejuicios subjetivistas. Si todo discurso no es más que un «relato» o una «narración» y si ninguno es más objetivo o más verdadero que otro, entonces no queda otro remedio que admitir las teorías socioeconómicas más reaccionarias y los peores prejuicios racistas y sexistas como «igualmente validos», al menos como descripciones o análisis del mundo real (suponiendo que se admita la existencia de éste). Obviamente, el relativismo es un fundamento extremadamente débil para erigir una crítica del orden social establecido. 

Si los intelectuales, y especialmente lo que se sitúan a la izquierda, quieren hacer una contribución positiva a la evolución de la sociedad, lo mejor que pueden hacer es clarificar las ideas predominantes y desmitificar los discursos dominantes, no añadir a éstos sus propias mistificaciones. Un pensamiento no se convierte en «crítico» por el mero hecho de ponerse esa etiqueta, sino en virtud de su contenido.

Alan Sokal-Jean Bricmont, Imposturas intelectuales

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