Feixisme i xarxes socials.


El matonismo de los fasci di com­battimento que llevó la guerra a las ciudades ha sido resignificado en una clave posmoderna en las redes sociales. Pone en evidencia las disfuncionalidades operativas de la democracia mediante campañas de desinformación que no pueden ser contrastadas ni contraargumentadas en tiempo real. Utiliza además una incorrección política que propaga un lenguaje de bayoneta y uniformidad adoctrinada que se vierte en tromba y sin mediaciones sobre los enemigos anonimizados que tiene enfrente. Los linchamientos y las llamadas “tormentas de mierda” consiguen adueñarse de debates que denuncian problemas que no existen. Y todo ello con el propósito de fijar un marco dentro del que extender la alarma y el malestar en destinatarios que, con el big data y otras estrategias de microtargeting, son identificados como consumidores y difusores de esos contenidos.
El fascismo se viraliza de forma poderosísima y, con él, un decisionismo dictatorial que ponga orden y seguridad frente a una democracia en estado de descomposición. Una viralización que muta subversivamente al orientar su dinámica de apropiación del espacio de comunicación de Twitter a Instagram. Una migración que incorpora patrones propagandísticos de la estética fascista del periodo de entreguerras. Por un lado asume la imagen emocional con la que la Konservative Revolution combatió los conceptos modernos y racionales que esgrimía la República de Weimar. Y por otro interioriza la obsesión por la velocidad, la máquina, la épica y la bofetada irreverente que el futurismo inoculó al fascismo italiano al atribuirle una pulsión vanguardista y de cambio que fue tan seductora en los años veinte y treinta.
La democracia liberal se debilita cotidianamente frente a un ciberfascismo que manipula con eficacia la emocionalidad herida de unas clases medias atemorizadas por su pérdida de status económico y de rol político. Unas clases medias que consumen sin filtros la simplicidad argumentativa de las redes y que retroalimentan el malestar de verse apuñaladas por una democracia que pospone sus intereses en la agenda de la política actual. De este modo, el camino hacia la dictadura se allana digitalmente.
José María Lassalle, Ciberfascismo, El País 08/02/2020

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