Matrix, la necessitat de despertar.






The Matrix es un canto refrescante al valor de la filosofía. El velo puesto entre la realidad y la simulación creada en la que vivimos, es la traducción al lenguaje del cine de la caverna platónica, en la que la realidad para quienes allí estaban encerrados desde su nacimiento eran las sombras proyectadas en la pared, creyendo, acríticamente, que la vida a eso se reduce, cuando la verdadera existencia es exponencialmente superior. El poder se encarga de arrebatar las herramientas necesarias para salir de esa realidad generada ad hoc, porque el conocimiento es libertad, y la realidad verdadera supone, para acceder a ella, un alzamiento y un cuestionamiento de las imposiciones. Quienes tienen un criterio, una razón cultivada, y relativizan todo lo que se les presenta como indudable, son los que emprenden el camino de salida de la caverna y llegan a un jardín luminoso. 

La película sigue esta senda, presentándola en el contexto de una humanidad completamente dormida —y con gusto de así estarlo— rodeada de una tecnología que ha adquirido consciencia y que ha comprendido que eliminando el esfuerzo intelectual, el pensamiento verdadero y disciplinado, que consiste no en reproducir el conocimiento, sino en su aplicación a la práctica y en la generación de nuevas ideas, tiene vía libre para hacer de la sociedad un ente desprovisto de criterio, pues ese criterio se lo ha entregado voluntariamente, abandonando todo ánimo de esfuerzo, de investigación, de inquietud, de estudio. 

Cuántos autores tan importantes se han referido a la necesidad de despertar y ver así la realidad. Desde René Descartes, cuando aludía a volverse hacia el interior y comprobar que nadie puede pensar por nosotros, sino que somos nosotros mismos quienes pensamos y con ello revelamos nuestra propia existencia; Kant, al agradecer a Hume que le despertó del sueño dogmático, de las imposiciones, y le abrió las puertas a sus dos críticas, de la razón pura y de la razón práctica; antes de ellos los escolásticos incluso, al argumentar ontológicamente que hay algo mayor de lo cual nada puede pensarse, o al demostrar que desde la razón individual se puede llegar al conocimiento verdadero, a justificar la propia existencia de la realidad trascendente. Y qué decir de aquellos grandes intelectuales, como Wittgenstein, que se dieron cuenta de que no todo se reduce a los confines de lo que entendemos por realidad, sino que hay algo más allá del lenguaje significativo; hasta llegar a Orwell y Huxley, con la plasmación novelada del control por parte del poder, en un mundo aparentemente feliz que dista mucho de serlo.

La clave para poder llegar a comprender la realidad oculta, e incómoda para quien desea mantener el control, está, incuestionablemente, en proporcionar una educación plena, en el desarrollo del pensamiento sin límites, en la potenciación de la filosofía en todos los niveles. El hecho de que esto no sea así se manifiesta en la falta de dotación de los medios necesarios para poder correr esa cortina de irrealidad que nos separa de llegar a ser seres brillantes, y, en consecuencia, que aquello y aquellos que ahora se presentan como necesarios dejen de serlo. La tecnología, las inteligencias artificiales, no acompañadas de ese pensamiento crítico, sirven al cometido de separarnos de la realidad, construyendo otra alternativa en la que el medio se convierte en un fin en sí mismo, generando unas píldoras de felicidad, tan artificiales como la propia inteligencia cibernética que las produce, que alienan al individuo y hacen que, con satisfacción por su parte, no solo no rompa las cadenas que se le han puesto, sino que las apriete con mayor fuerza, creyendo que en ellas va a encontrar la razón de su vida y existencia.

Diego García Paz,
Matrix: una realidad incómoda
, jotdown.es 02/06/2024

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