Normalmente, concebimos el conocimiento como la búsqueda de “la verdad”, que entendemos, además, en términos de racionalidad, universalidad, precisión, exactitud o certeza. Seguramente se trata de una vieja herencia, a la vez filosófica y teológica, que ha visto en el conocimiento un trasunto de los modos divinos de conocimiento o un medio para reconectar con un ámbito ontológico superior, al modo de las ideas platónicas. Aunque algunas corrientes filosóficas –como el escepticismo y el cinismo helenísticos, el nominalismo medieval, el humanismo renacentista o el empirismo ilustrado– tratasen de rebajar esta noción del conocimiento, lo cierto es que nunca dejó de ser dominante, y, todavía hoy, cualquiera de nosotros tiende a definir el conocimiento como la búsqueda de la verdad . Sin que eso suponga rechazar totalmente la idea de verdad (que, ciertamente, debe ser repensada), resulta interesante cambiar, por un momento, nuestra perspectiva, y pensar que nuestro sis...