Democràcia, coneixement i conflicte.


... una de las lecciones de Atenas en su época de mayor esplendor fue que una democracia no es solo un sistema de estado que defiende las libertades de los ciudadanos, también es una forma de sociedad más creativa y capaz en lo que respecta al conocimiento necesario para resolver los problemas que presenta un futuro incierto. Un sistema democrático se asienta sobre un conjunto de leyes e instituciones que garantizan derechos y también sobre espacios donde se pueden exponer los problemas, representar los conflictos y deliberar las grandes y pequeñas alternativas de acción. Un sistema tal es robusto, porque es defendido por la continua experiencia histórica de sus ciudadanos libres y a la vez vulnerable y frágil cuando se extiende la convicción de que sólo es un teatro (con todas las connotaciones del término) donde se representan conflictos de poder cuya existencia verdadera está en otro lugar: los despachos de la banca, las oscuras alcantarillas del estado o las calles por donde se manifiestan las multitudes.

Es cierto que, como se ha extendido últimamente, la política es siempre un espacio de conflicto y colisión de fuerzas, demandas y convicciones. La concepción agonística o conflictual de la democracia ha traído un aire fresco al espacio cerrado y cargado que había generado el cansino discurso de que la democracia es consecución de consensos y sólo consecución de consensos. Pues, como demuestra tantas veces la historia, los consensos son muchas veces productos de presiones de poder que acallan demandas legítimas y ocluyen procesos históricos de cambio. Es mucho más realista reconocer que el espacio de la política es un espacio de conflicto permanente. Pero también es un espacio que sustituye la violencia por la palabra, la deliberación y la decisión colectiva en la forma de la regla de la mayoría. 

Fernando Broncano, Hegemonía, sentimiento y deliberación, El laberinto de la identidad 06/01/2019

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