La democràcia i la por és un oxímoron.




¿Qué es eso de que una forma de gobierno que dice apoyarse en la voluntad del pueblo se eche a temblar cada vez que a este le toca expresarla? Pero no acaba aquí la paradoja. Tememos a la ultraderecha, pero esta, a su vez, debe su éxito al propio miedo que embarga a importantes sectores de la población. La fuente de cada uno de ellos es distinta, claro. En un caso tememos a la xenofobia y al peligro que puedan significar estos partidos para la democracia, que se suman a otros muchos, el cambio climático, por ejemplo; en el otro, quienes los votan temen a la inmigración, al descenso social, al cambio de valores, a las élites, etcétera. Pero, en mayor o menor medida, a todos nos embarga. Vivimos bajo el síndrome del miedo. Y son los miedos, no la ideología, lo que se exorciza y se utiliza como arma arrojadiza en la disputa política.

Hay buenos motivos para que nos atenacen, desde luego. Pero, al menos, desde Montaigne ya sabemos que el miedo es incompatible con la libertad. Una democracia del miedo es un oxímoron. Quién sabe, quizá un historiador del futuro concluya que el derrumbe de las democracias obedeció a que los actores políticos, en vez de abordar directamente las causas de los temores, se dedicaron a propagarlos. Atemorizar no es liderar. Liderar es, entre otras cosas, buscar salidas eficaces a lo que nos preocupa y alimenta nuestros temores. Ahí nos duele.


Fernando Vallespín, La democracia del miedo, El País 01/09/2024

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