Només crea qui sap.
La cuestión es que solo crea quien sabe. Newton concibió la existencia de una ley de la gravedad después de que incontables manzanas cayesen en otras tantas cabezas que no supieron qué deducir de ese asunto. A quienes piensen que Picasso inventó el cubismo y alumbró el Guernica gracias a aligerar sus conocimientos pictóricos, les recomiendo que visiten su museo en Málaga y contemplen algunos de sus primeros trabajos. Picasso era un dibujante prodigioso; según confesión propia, hasta que no dominó la tradición no fue capaz de alumbrar su propio camino.
Inventar es relacionar lo que antes no relacionó nadie; es emplear productivamente el que Barbara Oakley, doctora en Sistemas de Ingeniería y estudiosa de los procesos de aprendizaje, llama «pensamiento difuso». En el ignorante, dicho pensamiento es divagación extraviada, y las relaciones que encuentra son inanes. En quien se ha imbuido de un campo, en cambio, establecer conexiones remotas puede llevar al éxito.
El conocimiento es un stock de ideas que marca la diferencia en todo empeño creativo. Por eso los diseñadores de moda han bebido de la arquitectura y los más revolucionarios chefs se inspiran en el arte. Si Freddy Mercury no hubiese conocido y amado la ópera, jamás habría concebido Bohemian Rhapsody. Paul Simon le explicó a Dick Caveaten su Show que compuso Bridge Over Troubled Waters (una de las mejores canciones de todos los tiempos) a partir de unos acordes de una coral de Bach. Para un escritor, cómo les diría: saber muchas cosas lo es todo.
El llamado «efecto Mateo» tiene en la innovación uno de sus campos de aplicación más manifiestos; y este efecto ha sido refrendado en la educación muchas veces: «A cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado». De ahí el que, dicen, fue el último lamento de Einstein en su lecho de muerte: «¡Ojalá supiera más matemáticas!».
En la innovación de nuestro siglo, prácticamente todo es hibridación, es decir, unión de campos diversos en una síntesis que los engloba con un valor mayor y distinto. Pero solo puede hibridar campos quien los conoce. Si alguien quiere, por ejemplo, crear una nueva aplicación móvil para gestionar actividades culturales para turistas, no solo ha de saber de tecnología, sino de gestión cultural, logística de viajes y de apetencias actuales de los turistas. También tendrá que saber mucho de la competencia, si no quiere que su proyecto nazca muerto.
La LOMLOE circula en sentido contrario en esta avenida de evidencias. La idea, han dicho sus responsables, es aligerar los contenidos, dividiéndolos en «básicos o imprescindibles» y «deseables». Los primeros deberán conocerlos de forma obligatoria todos los alumnos; los segundos los podrán ampliar los estudiantes en función de sus «objetivos, intereses y necesidades». Es decir, los «saberes deseables» serán para una élite, quienes cuenten con recursos económicos para procurárselos fuera y/o tengan el privilegio de vivir en un hogar en donde haya libros, gusto por la cultura y la ciencia y estímulos para el deseo de aprendizaje. La «educación progresista» era esto.
David Cerdá, Crear sin conocimiento, eldebatehoy13/06/2021
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