Quan es perd el respecte.







Un líder marginal, considerado histriónico y vergonzoso en 1930, cuyas diatribas nadie tomaba en serio, pasó ese mismo año de 12 a 107 diputados en el Reichstag. En un abrir y cerrar de ojos se convirtió en el Führer. La fascinación hacia “el descaro salvaje” de Hitler, relata Haffner, el “encanto de lo repugnante” y “la embriaguez provocada por la maldad”, prendieron por todo el país. Voegelin nos alerta en cualquier caso sobre tomar a Hitler como coartada de millones de alemanes que lo apoyaron. Quizá la corrupción intelectual y ética de una gran mayoría, sugiere, había dejado el campo de cultivo preparado para la eclosión política de un líder cruel y oportunista como aquel. El caso es que el gamberro se volvió peligroso, pues tocaba ya poder político. Arendt recordaba en 1964 que, a partir de ese momento, en un solo clic, ella tuvo claro que ya no había esperanza para los judíos en Alemania.

¿Cómo se pudo pasar tan rápido de cero a cien? Este tipo de preguntas fundamentales aún nos interpelan y nos conminan a activar el principio de precaución.

El que ha sido seguramente el más grande de los pensadores liberales y antifascistas del siglo XX, Isaiah Berlin, señalaba con razón el pensamiento reaccionario de Joseph de Maistre como la antesala del fascismo. Es en la versión final de su célebre ensayo sobre los Dos conceptos de libertad, la positiva y la negativa, donde Isaiah Berlin escribirá frases que hoy harían estallar la cabeza de muchos de quienes se dicen liberales en nuestro país: “La libertad del pez grande es la muerte del pez chico”, escribe con rotundidad, para a continuación preguntarse: “¿Qué es la libertad para aquellos que no pueden utilizarla?”.

Arendt situaría la libertad de movimiento como la fundamental, la que daba sentido a la libertad en general y a la libertad de pensamiento en particular. Puedo moverme por el mundo como puedo moverme por mi mente, sin corsés ideológicos ni barreras de ningún tipo. Para ser libre necesito además que la comunidad política en la que habito también lo sea, sin exclusiones, sin ciudadanos de segunda ni perseguidos. Sin vidas que se consideren superfluas, sean estas las de los judíos, las de las personas enfermas o con discapacidad, las de los mayores, los homosexuales o las de los migrantes. La libertad parte del respeto exquisito por la dignidad de toda vida humana, no es posible conjugarla sin la isegoría, esa igualdad al decir y al escuchar de la que nos dotamos, a partir de un respeto por la diferencia radical de cada cual, antes de decidir en común sobre lo que nos afecta a todos, lo público. La libertad para Arendt es el sentido que mueve a la política democrática.

“Nunca se cae dos veces en el mismo abismo”, escribía Vuillard. En la teoría política contemporánea, autores como Quentin Skinner o J. G. A. Pocock nos han enseñado que es preciso atender a cada contexto de enunciación, de la misma manera que tenemos conciencia de nuestro ser histórico, que hace de nuestra época algo también único. Contención, por tanto, a la hora de atribuir un reflejo exacto a la comparación.

Pero con todo, “siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de pavor”, prosigue Vuillard en nuestra cita de inicio. No hay grandes demonios, ni de repente se abren las puertas del infierno para convertir nuestra ciudad en el Apocalipsis zombie. Pese a la indignación, admite Haffner, yo seguía con mi rutina diaria durante las persecuciones de 1933, no me salía de los carriles que ofrecían seguridad y certidumbre. Y escuchaba atentamente a mi padre cuando me animaba a desdramatizar la situación. Haffner y Vuillard son autores que nos ayudan a entender cómo los maléficos protagonistas de los grandes dramas reales suelen ser payasos venidos a más, que cuentan con la colaboración necesaria de millones de personas y de medios de comunicación que, al menos en un principio, no sospechan dónde se están adentrando.


Víctor Alonso Rocafort, Democracia o fascismo, ctxt 08/04/2021


















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