Democràcia i temptació decisionista.




Los líderes políticos ya pueden dirigirse a los votantes sin mediación alguna, lo que presta a nuestras democracias una tonalidad plebiscitaria que contrasta con la creciente fragmentación partidista: el disenso agresivo que domina la campaña electoral permanente complica los consensos parlamentarios. Y si la estrategia comunicativa de los partidos se dirige a excitar las emociones de os votantes, estos convierten la polarización en un entretenimiento gratuito vía smartphone. Invocar la verdad tampoco sirve de mucho: hemos dejado de creer en ella o, mejor dicho, solo creemos en la nuestra. ¿Qué infalible autoridad podría convencernos de lo contrario? Para colmo, cualquier causa dispone de su experto. Se perfila así un pluralismo agresivo que, si bien satisface las necesidades expresivas de los distintos grupos sociales, socava la capacidad de decisión de los regímenes democráticos.

Vaya por delante que el exceso de democracia es preferible a la ausencia de democracia. ¡Faltaría más! Pero una democracia incapaz de tomar decisiones eficaces puede ver mermada su legitimidad. Es entonces cuando aparece la tentación decisionista: la promesa de acabar con la cháchara democrática dando un puñetazo en la mesa. No será fácil revertir este proceso. Pero intentemos, al menos, acertar con el diagnóstico: ya que no podemos decidir, al menos comprendamos.

Manuel Arias Maldonado, Teoría de la inacción hiperdemocrática, El món de demà 28/12/2018

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