Felicitat i indeterminació.



«La buena voluntad - subraya Kant- no es tal por lo que produzca o logre, ni por su idoneidad para conseguir un fin propuesto, siendo su querer lo único que la hace buena de suyo. Incluso si merced a un destino particularmente adverso, o a causa del mezquino ajuar con que la haya dotado una madrastra naturaleza, dicha voluntad adoleciera por completo de la capacidad para llevar a cabo su propósito y dejase de cumplir en absoluto con él (no porque se haya limitado a desearlo, sino pese al gran empeño por hacer acopio de todos los recursos que se hallen a su alcance), semejante voluntad brillaría con todo por sí misma cual una joya, como algo que posee su pleno valor en sí mismo; y a ese valor nada puede añadir ni mermar la utilidad o el fracaso» (FM, Ak. IV, 394) 

Por ello estos preceptos no son hipotéticos, al no estar pendientes de las consecuencias, sino absolutamente apodícticos e incondicionados. Ahora bien, Kant no se conformó con diferenciar al imperativo categórico de las reglas procedimentales que precisa toda habilidad artística o técnico-científica. Entre los mandatos morales y las reglas dictadas por la destreza tiene cabida otro tipo de normas prácticas: los consejos de la prudencia. Este ámbito intermedio es el de lo pragmático, es decir, el de aquellas pautas que atañen al bienestar y que son administradas por la sagacidad. Nos encontramos, pues, en el terreno de la felicidad. A diferencia de los objetivos perseguidos por la destreza, la felicidad constituye un propósito universal que cabe presuponer a todo el mundo. El problema es que, pese a compartirlo todos en cuanto anhelo, nadie sabe muy bien cómo especificar esa meta. (42) 

«Es una desdicha que la noción de felicidad constituya un concepto tan indeterminado y que, aun cuando cualquier ser humano desea conseguirla, nunca puede aseverar de un modo preciso ni acorde consigo mismo qué quiere y desea propiamente» (FM, Ak. IV, 418). La felicidad puede ser definida, y así 10 hace Kant, como «la plena satisfacción de todas nuestras necesidades e inclinaciones» (FM, Ak. IV, 405). Uno será tanto más feliz cuantas más inclinaciones logre satisfacer, procurando además colmarlas en 10 que atañe al grado de su intensidad y a la persistencia de su duración (cfr. CR, A 806, B 834). Al igual que Kant, solemos entender por felicidad el que todo nos vaya, dentro del conjunto de nuestra existencia, con arreglo a nuestro deseo y voluntad (cfr. CP, Ale. V, 124). (42-43) 

Seguramente, cualquiera de nosotros podría suscribir sin grandes reparos estas definiciones kantianas relativas a la felicidad, en donde se la entiende como una cabal satisfacción de nuestras necesidades e inclinaciones o el que todo marche conforme a nuestros deseos y voliciones. Pero en cuanto descendamos al plano de lo concreto, este acuerdo se desvanecerá como por ensalmo y no se dará ni siquiera con uno mismo, dado que no solo queremos cosas bien distintas a cada momento, sino que muy a menudo nuestros antojos también suelen mostrar- se contradictorios entre sí y resulta sumamente complejo intentar compatibilizarlos o limitarse a priorizarlos. Nunca sabemos muy bien lo que realmente queremos, tanto antes como después de conseguir satisfacer nuestros deseos, y todo ello va mudando caprichosamente al albur de las circunstancias. Tan pronto como ciframos nuestra dicha en una determinada meta, solemos tender a fijar el rumbo de nuestros anhelos en una dirección total- mente opuesta. Nos gustaría ser felices, mas nos falta saber cómo llegar a serlo, porque no resulta nada sencillo averiguar en qué puede consistir exactamente nuestra felicidad y arbitrar un criterio fiable para lograrla es poco menos que imposible. (43) 

Al tratarse de un concepto tan voluble, no cabe fijar un criterio cierto e infalible que nos encamine hacia la felicidad. Nadie tiene una capacidad suficiente «para determinar con plena certeza mediante algún principio lo que le hará verdadera- mente feliz, porque para ello resultaría imprescindible la omnisciencia» (FM, Ak. IV, 418). (44)



Roberto R. Aramayo, Immanuel Kant. La utopía moral como emancipación del azar, Edaf, Madrid 2001

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

Què és el conatus de Spinoza?