Sobre l'origen de la nostra episteme (Michel Foucault).


Una infanta con ligeros rasgos mogólicos y una servidora hincada a sus pies. Nobles, enanos, niños, un perro. El caballete que nos da la espalda esconde un cuadro en elaboración, pero no a quien lo pinta. El pintor se incluyó a sí mismo de pie junto a su obra. La mayoría de los personajes miran hacia delante, el pintor también. El objeto de la atención general se nos escapa a quienes miramos. Al fondo de la pintura –en el centro– hay un rectángulo ricamente enmarcado. No se trata de un cuadro más, es un espejo que refleja el rostro de dos personas: la reina y el rey, a quienes Velásquez honra representándolos en un pequeño espejo.

En Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, desde el análisis de ‘Las Meninas’, Michel Foucault rastrea las condiciones históricas de posibilidad de un saber inédito hasta la modernidad: las ciencias sociales, cuyo objeto de estudio (el hombre) ocupa el lugar del rey fuera del cuadro, mientras el investigador social –como el rey representado– se encuentra adentro, observando.

Jean Paul Sartre en 1966 analizó con saña el libro del joven Foucault. Pero su crítica demoledora tuvo un efecto contrario al deseado por el prestigioso filósofo, produciendo el reconocimiento internacional del filósofo principiante. Según Foucault, su libro nació de un texto de Borges, “El idioma analítico de John Wilkins”, que produce risa al sacudir todo lo familiar al pensamiento. Cita una enciclopedia china –evocada por Borges– que clasifica los animales de la siguiente manera: pertenecientes al emperador, embalsamados, amaestrados, lechones, sirenas, fabulosos, que acaban de romper un jarrón, que de lejos parecen moscas y otras definiciones por el estilo, que sorprenden al mostrarnos el escándalo de un pensamiento exótico que deja al descubierto nuestros propios límites. La imposibilidad de pensar diferente.

La innovación suele producir reacción. ¿Cómo se soporta un libro de epistemología, como Las palabras y las cosas, por el que no circulen métodos inductivistas, hipotéticos deductivos o falsacionistas? ¿Que en lugar de lógicas atemporales, analice la ciencia desde la historia, la constitución de los sujetos y las manifestaciones artísticas (Cervantes, Sade, Velázquez, Borges)? Y que a partir del análisis desemboque en tres disciplinas posibilitadoras de las ciencias sociales: la biología, la economía y la filología. Es decir, que produzca una arqueología de las ciencias humanas en lugar de una descalificación de esas ciencias (como acostumbra la epistemología tradicional).

Ni la filosofía, ni la política, ni las ciencias empíricas anteriores al siglo XIX habían tematizado al hombre como ser vivo que trabaja y habla. Hasta entonces el hombre era ser racional o poseía naturaleza innata. Pero la biología, la economía y la filología lo consideran desde positividades: vida, trabajo, lenguaje.

Las ciencias sociales se instauraron en la vecindad de esas tres disciplinas. Hay problemas relativos al ser vivo que la biología no puede resolver, surge entonces la psicología; o ante conflictos afines a la economía que la exceden, aparece la sociología; o procesos del lenguaje que la filología no puede abarcar, proliferan los estudios sobre la comunicación.

Existen muchísimas especialidades sociales además de las nombradas, pero todas mantienen afinidad con alguna de las tres (sociología, psicología, comunicación). Así como una relación con el inconsciente que logra, mediante la interpretación, un saber funcional de lo que escapa a la conciencia individual o colectiva.

La metáfora final de Las palabras y las cosas dio lugar a interpretaciones disparatadas, como la muerte del hombre. Pero Foucault no está aludiendo al humano empírico, sino al hombre como objeto de estudio de la ciencia. Pues así como surgió en nuestra episteme en épocas recientes, si cambiaran las disposiciones históricas del saber y del poder, “entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro dibujado en la arena.”

Esther Díaz, Al hombre como ser vivo, RevistaÑ 02/04/2016

Escenas de pareja. Michel Foucault y Daniel Defert convivieron por más de 25 años. Aquí comparten una pipa de hachís.
Daniel Defert i Michel Foucault
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