Què és l'ateisme?
El ateísmo contemporáneo es una huida de un mundo sin
Dios. La vida desprovista de un poder que pueda asegurar el
orden o cierta justicia suprema es una posibilidad aterradora y, para muchos, intolerable. En ausencia de un poder como
ése, el devenir humano podría terminar volviéndose caótico
y no habría relato posible que lograra satisfacer la necesidad
de darle sentido. Empeñados en huir de esa perspectiva, hay
ateos que buscan sustitutos del Dios que han desechado. El
progreso de la humanidad reemplaza entonces a la creencia en
la divina providencia. Pero esa fe en la humanidad sólo tiene
sentido si da continuidad a ciertos modos de pensamiento heredados del monoteísmo. La idea de que la especie humana va
haciendo realidad unas metas comunes a lo largo de la historia
es un avatar secular de cierta noción religiosa de la redención.
El ateísmo no siempre ha sido así. Junto a los muchos que
han buscado una Divinidad suplente para rellenar el hueco
que ocupaba el Dios que nos ha dejado, ha habido quienes han
abandonado el marco del monoteísmo por completo y, con
ello, han hallado la libertad y la realización personal. En lugar
de buscarle un sentido cósmico, se dan por contentos con el
mundo tal como lo encuentran.
... yo postulo de entrada que un ateo es alguien para quien la idea de una mente
divina creadora del mundo no tiene utilidad ni sentido alguno.
Visto así, el ateísmo no quiere decir gran cosa. Simplemente
significa la ausencia de la idea de un dios creador.
Si concebimos el ateísmo de ese modo, veremos que no
equivale a un rechazo de la religión. Para la mayoría de seres
humanos, la religión siempre ha consistido más en un conjunto de prácticas que en unas creencias. Cuando a los cristianos del Imperio romano se les obligaba a seguir la religión de
Roma (religio en latín), lo que se les ordenaba en realidad era
que observaran las fiestas y ceremonias romanas, que participaran en actos de culto a los dioses paganos, pero no se les
exigía nada en términos de creencia. La palabra «paganos»
(pagani) es un invento cristiano que se aplicó a partir de comienzos del siglo IV a quienes seguían aquellas prácticas. El
«paganismo» no era un credo –las personas a las que por
aquel entonces se calificaba de paganas no concebían la idea
de herejía, por ejemplo–, sino un batiburrillo de ritos.
Puede que también venga bien tener a mano una definición provisional de religión. Muchas de las prácticas que
se reconocen como religiosas expresan la necesidad de dar
sentido al tránsito humano por este mundo. Puede que todo sea «nacer, copular y morir» después de todo, como dice el
Sweeney Agonistes de T. S. Eliot: «A eso se reduce la vida toda».
Pero los seres humanos han sido reacios a aceptarlo y se es-
fuerzan por otorgar a sus vidas una significación más que humana. Los animistas tribales y los practicantes de las grandes
religiones del mundo, los devotos de las sectas que creen en
los platillos volantes y las hordas de fanáticos que han matado
y han muerto por los credos seculares modernos dan fe, todos,
de esa necesidad de sentido. Con su reverencial invocación del
progreso de la especie, el descreimiento proselitista de los últimos tiempos obedece a ese mismo impulso. La religión es un
intento de hallarle un sentido a los hechos, no una teoría que
trate de explicar el universo.
El ateísmo no es una visión del mundo que se haya ido
repitiendo tal cual a lo largo de la historia: han existido múltiples ateísmos con cosmovisiones contradictorias. En la Grecia, la Roma, la India y la China antiguas, había escuelas de
pensamiento que, sin negar que los dioses existieran, estaban convencidas de que éstos no se interesaban por los asuntos humanos. Algunas de esas escuelas elaboraron versiones
tempranas de la filosofía que sostiene que todo lo que hay en
el mundo está compuesto de materia. Otras se abstuvieron de
especular acerca de la naturaleza de las cosas. El poeta romano
Lucrecio pensaba que el universo se compone de «átomos y
vacío», mientras que el místico chino Zhuangzi, siguiendo las
enseñanzas del (posiblemente mítico) sabio taoísta Lao-Tse,
consideraba que el mecanismo del mundo era inaprehensible
para la razón humana. Dado que la visión que uno y otro poseían de la realidad no contemplaba la existencia de una mente
divina creadora del universo, ambos eran ateos. Pero a ninguno de los dos les preocupaba «la existencia de Dios», pues
tampoco concebían la idea de un dios creador que tuvieran que
cuestionar o rechazar.
Muchas culturas «primitivas» poseen elaborados mitos de la creación: relatos del origen del mundo. En algunos, se dice que brotó del caos primigenio; en otros, que
surgió de un huevo cósmico; y en algún otro, se nos cuenta
que el mundo nació de los pedazos desmembrados de un dios
muerto. Pero pocos de esos relatos están protagonizados por
un dios hacedor del universo. Puede que en ellos haya dioses o
espíritus, pero no son sobrenaturales. De hecho, en el animismo, religión original de toda la humanidad, el mundo natural
rebosa de espíritus.
El ateísmo simplemente excluye la posibilidad de que el mundo sea obra de un dios creador,
pero ésa es una posibilidad que no encontramos en la mayoría
de religiones.
John Gray, Siete tipos de ateísmo, Sexto Piso, Madrid 2019
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