No és fàcil ser un mateix.

014-arte-de-nadar
by Oroncio de Bernardi
No es fácil aprender a ser uno mismo. Ni saber exactamente en qué consiste semejante y decisiva tarea. Se trata de la labor de toda una vida y no es específica de un momento inicial, ni de una etapa de la misma. Cabría esperar de dicha constatación una mayor comprensión para quienes, a su modo, atraviesan vicisitudes que nos son tan familiares, y no solo como recuerdo. Sin embargo, comprender no es limitarse a constatar. Y menos aún  a mimetizar el estado de cosas. Ni a ello se reduce enseñar o educar. Y hay algo que aprender. Pero si bien el objetivo no es instalarse en esa permanente adolescencia, y es preciso corresponder conjuntamente, cada cual a su modo, a esa tarea de necesaria transformación, el proceso exige estar dispuesto a ser en cierta medida otros. Y no limitarse a reclamarlo de los demás.

Con alguna precipitación caracterizamos la búsqueda de la singularidad como autocomplacencia egoísta. Descuidamos así hasta qué punto “educarse” es reflexivo y recíproco. Si no es una labor propia, si se reduce a limitarse dejar hacer, a la pasiva irrupción de una “verdad” ajena, pronto lo único que se contagia es la impaciencia, la inercia y la indiferencia. No se aprende a esperar, sino a dejarse llevar. Cualquier presunta mejora no pasa de ser una asimilación sin incorporación, una adquisición que no produce efectos. Y así se pervive en la adolescencia, eso sí, quizá ilustrada. Adolescentes con información, pero de nuevo con enormes dificultades para la asunción de responsabilidades.

Y hemos de reconocer hasta qué punto se produce un cierto desamparo. El enorme y continuado esfuerzo, la competencia y el oficio de quienes saben y se dedican a formar y a formarse permanentemente no ignora hasta qué punto descalificar o culpabilizar, no esperar nada mejor, ahonda el alejamiento hasta producir una verdadera hendidura que agudiza el aislamiento.

Desde la constatación de nuestras carencias, de nuestras necesidades, de nuestras demandas, de nuestras insatisfacciones, desde luego no atribuibles sin más a las épocas, edades o coyunturas de la vida, se abren paso no pocas veces modalidades de adolescencia no siempre fáciles de identificar, pero que lo impregnan todo. Puede decirse que en ello hay algo constitutivo, aunque no es menos cierto que obedece en ocasiones a una cierta incapacidad para afrontar con madurez y con responsabilidad nuestras decisiones y sus consecuencias. La permanente exculpación, con la consiguiente inculpación de los demás, junto a una insatisfacción cuyas causas son tan múltiples como para hacernos presumir que lo alcanzan prácticamente todo nos hacen sospechar que encontramos alguna forma de refugio en esa supuesta imposibilidad de crecer y de madurar.

Un cierto temor a que fructifique lo que somos y quiénes somos, a constatar los límites y limitaciones propios, a asumir nuestra propia autonomía y libertad podría ampararse en que las cosas no son como deberían. Y en efecto es así. Pero es muy delator el afán, también algo adolescente, de encontrar inmediata satisfacción para nuestras acciones, de desear pronta recompensa, de no poder posponer ninguna realización, de no saber esperar. No sólo los valores son contagiosos, también su falta, y no menos la escala de valores.

La constatación de esta vértebra tan matriz y nuclear en cada uno de nosotros habría de ser a su vez el mejor caldo de cultivo de la comprensión de las, quizá, insuficiencias ajenas. Muy significativamente desconcierta la incapacidad para abordar y afrontar aquellas cuestiones que conciernen más directamente a las adolescencias más jóvenes, por identificar y distinguirlas de las que de una u otra manera tanto nos afectan a lo largo de la vida. La constante descalificación de los adolescentes, de las adolescentes, es tan inquietante como la simple asunción de su proceder, no exento también de formas de dominio y de violencia inquietantes y desconcertantes. E injustificables.


Efectivamente muchas veces no se sabe qué hacer, salvo aparentar que está claro. Por eso mismo, es cuestión de generar los espacios y de procurar los procedimientos para pensar y promover acciones, para decidir e intervenir, desde el conocimiento, el respeto y el afecto. En su defecto, parece más rápido y menos trabajoso hacer un relato de lo adolescente que se es en la adolescencia, lo cual parece tan razonable como inoperante. Quizás no más que el hecho de que nosotros reproduzcamos con nuestras caracterizaciones un modo de actuar que es exactamente aquel que reconocemos en otros como poco presentable.

Angel Gabilondo, Adolescencias diversas, El salto del Ángel, 14/03/2014

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