El concepte d'exemplaritat (Javier Gomá)
... el paradigma romántico ha producido estragos. El romanticismo del
siglo XIX, que tantas cosas buenas trajo, es un gran exceso, también en la
filosofía. La filosofía en el siglo XIX y XX es una filosofía de energúmenos,
contrapuesta a una filosofía mundana, que es aquella que se enriquece con el
pulimento del roce social. Una filosofía energuménica la encontramos en el Zaratustra de Nietzsche, que piensa que ha tenido
revelaciones alucinantes en lo alto de la montaña, como los profetas, y luego
baja para difundirlas al mundo. Eso es el resultado de un estereotipo
romántico. Es el que hoy prevalece, puesto que se ha generalizado el concepto
del genio, que prácticamente se ha hecho equivalente a la expresión suprema de
la individualidad. Ser individuo en grado eminente hoy es ser genio. En el
ámbito filosófico eso ha alentado una filosofía energuménica, antisocial y
antimundana.
La ejemplaridad es siempre ejemplaridad pública porque, por
su propia naturaleza, el ejemplo es siempre ejemplo para alguien, lo cual
implica que tiende a la universalidad, como ya vio Kant. Ahora bien, en el
romanticismo la universalidad es imposible, en la medida en que todo el mundo
se considera único, distinto y diferente. Por lo tanto, ninguna regla enunciada
en el ejemplo de uno le es aplicable a los demás. Si yo quiero poner en marcha
una filosofía basada en la ejemplaridad, hay que revisar esa antropología que
excluye el carácter universal del ejemplo. Como muy bien dices, (...) esa
filosofía que propongo es existencial —a mí me parece que solo la filosofía
existencial es filosofía, no en el sentido de que sea existencialista, sino
solamente aquella que tenga que ver con las necesidades básicas del hombre y la
mujer— y lo que sucede es que cuando busco una experiencia fundamental que
iguale a todos los hombres y mujeres de este mundo encuentro que hay una que,
siendo la más íntima que existe, es al mismo tiempo, la más universal. Y es que
solemos entender que cuando te sumerges más en tu propio yo encuentras esencias
nunca vistas, diferentes, especiales, de acuerdo con esa acuñación de Stuart Mill que equipara lo
individual con la extravagancia. Por tanto, desde esta perspectiva, lo que nos
hace individuales sería lo que nos hace diferentes. Mi tesis es la inversa. El
universal vivir y envejecer —el hecho de que somos mortales— es la
experiencia más íntima y a la vez algo que compartimos todos los hombres y
mujeres del mundo. Así que, indagando sobre esa experiencia interior, no te
separas del resto del género humano sino que te asimilas con los demás, cosa
que luego desarrollo en Ejemplaridad pública. Y esa conclusión, que es una concepción revisada de la antropología
en la que lo verdaderamente humano del hombre y de la mujer no sea lo que nos
hace distintos sino lo que nos asimila, abre el camino a una posible
ejemplaridad cuya esencia es la repetición del ejemplo y la tendencia a la
universalidad.
Había que deshacer esa asociación que siempre ha habido entre lo
universal y lo abstracto y que es la propia del lenguaje, un universal
abstracto. En teoría, solamente puede ser universal, por lo tanto dotado de
racionalidad, aquello que participa de la abstracción del concepto, del
lenguaje, de la filosofía… como si lo concreto siempre estuviera destinado, por
una especie de maldición, a no ser susceptible de razón, a ser una escalera que
te sirve para elevarte al balcón del concepto pero luego empujas y tiras al
suelo por inútil. Todo mi esfuerzo es por recuperar una noción del ejemplo como
«universal concreto», para el que también utilizo la palabra «ejemplo
personal». El ejemplo personal es la expresión máxima del ejemplo, porque es
concretísimo, ya que todo el individuo está dotado por esencia de una unicidad
irrepetible; y, sin embargo, en la medida que es modelo, está llamado a su
repetición, a su imitación, a su reiteración. En suma: a una universalidad, que
no es menos universal porque no sea conceptual.
Todos producimos con nuestro ejemplo un impacto positivo o negativo en
nuestro círculo de influencia. Además la verdad moral solo se revela por medio
del ejemplo. Cuando quieres conocer una verdad científica o lógica has de usar
instrumentos abstractos, como la matemática, pero la verdad moral solo se hace
accesible a través del ejemplo. No es que el ejemplo ejemplifique la verdad
moral, es que solamente se revela a través del ejemplo, soo ahí se propone a la
intuición y se comprende. Si quiero explicarle a mi hijo qué es la honestidad,
la valentía o la decencia jamás le remitiré a un diccionario o un tratado
moral, sino que estos valores se le harán intuible a través del ejemplo, que es
ese universal concreto. Eso que ves es una conducta decente, le diré. El
ejemplo es, pues, el instrumento de nuestra educación sentimental. Si vivimos
en una red de influencias mutuas somos maestros y discípulos mutuamente del
acceso de los demás a las verdades morales. Ejemplaridad igualitaria. Por tanto
tenemos la responsabilidad de nuestro propio ejemplo y del impacto que produce
en nuestro círculo de influencia. De manera que es imposible que llevemos una
vida sin perjuicio a terceros. Siempre producimos beneficio o perjuicio a
terceros a través de nuestro ejemplo. Lo que sucede es que ese impacto no es jurídicamente
punible ni debe serlo. Pero cuando se dice y se baila, en la canción de Alaska
y Dinarama, que «a quién le importa lo que yo haga», mi respuesta (que
desarrollo en Todo a mil) es que sí importa, y mucho, importa a todos. A
ti te importa porque no es lo mismo un uso eminente de tu vida que un uso
vulgar. Y además ese ejemplo importa muchísimo a los demás. Eso de que en tu
vida privada puedes hacer lo que quieras sin perjuicio a terceros es imposible
porque siempre perjudicas a terceros. En una democracia las leyes coactivas
regulan la exterioridad de la libertad pero no en el corazón. Desde una
perspectiva jurídica, la vida privada (que nos autoriza a elegir el estilo de
vida que prefiramos sin interferencia pública) es una conquista irrenunciable
de la modernidad. Pero ha sido una desdicha que lo que es cierto en el concepto
jurídico se halla desplazado a lo moral: lo que es indiferente para el derecho,
no lo es para ti mismo, para la moral, incluso para la viabilidad de la
democracia.
La ley coactiva, aquella que amenaza con una sanción o una pena en caso
de incumplimiento, solamente es capaz de regular los aspectos externos de la
convivencia pero no es capaz de entrar en lo que asegura una convivencia bien
ordenada, un corazón bien educado y con buen gusto. ¿Qué es más eficaz para una
sociedad bien ordenada: que el ciudadano conozca y tema el castigo que la ley
prevé en caso de incumplimiento o que cumpla la ley por convicción propia,
porque tienes el corazón bien educado, porque de manera instintiva le repugnan
determinados comportamientos antisociales? Ejemplaridad pública destaca
con fuerza el problema de una democracia sin mores, sin costumbres, que la
modernidad ha desechado como achaque del pasado. Todo lo contrario: las
costumbres son el invento que hemos descubierto los hombres para remediar
nuestra finitud. Si no existieran, tendríamos que inventar el mundo cada mañana
como Adán en el paraíso. Como existen, confiamos el 90 % de nuestros asuntos la
costumbre, lo cual nos permite concentrar la energía y la creatividad en lo
realmente importante. Las costumbres pueden ser cívicas o anticívicas. Si
fueran cívicas se llaman «buenas costumbres». Una sociedad asentada sobre
buenas costumbres sería aquella en la que los ciudadanos son transportados
suavemente, por el placer del hábito general, por las inclinaciones del corazón
bien educado, hacia la virtud cívica, sin necesidad de amenaza de ley
represora.
El concepto de ejemplaridad es en una buena parte estructural-formal
cuyo contenido varía históricamente. La ejemplaridad romana no es la misma que
la japonesa o la rusa, ni la del siglo XII igual que el siglo XXI, pero en mi
propuesta esta historicidad cambiante tiene dos límites. En primer lugar,
solamente llamaré ejemplar a aquel ejemplo positivo que, si se generaliza a la
sociedad, produce en ésta un efecto fecundo. No todos los ejemplos son así, por
lo tanto no a todo tipo de comportamiento llamaré ejemplar. Los espartanos se
deshacían de los niños tirándolos por el monte Taigeto. A eso jamás lo llamaría
ejemplar, porque contradice uno de los principios básicos, que es la
subsistencia o la dignidad humana. El requisito de la universalización del
ejemplo es ya un requisito que condiciona en alta proporción el contenido de la
ejemplaridad. Y segundo, la doble especialización (...) como
ejemplo cívico y como elemento constitutivo de tu individualidad. El secreto de
la vida reside en hallar la llave de la individualidad en el proceso de
socialización. Una sociedad bien ordenada estará constituida por individuos que
han resuelto de una manera satisfactoria este proceso, lo cual condiciona
también el contenido de la ejemplaridad.
Por su propia naturaleza un ejemplo es ejemplar para alguien, luego es
público. Cuando hablo de ejemplaridad pública incluye a todo individuo que deja
el gineceo y se va a Troya pasando del estadio estético al estadio ético: este
ya es plenariamente una persona pública sin necesidad de afiliarse a un partido
político. De tal manera que los políticos profesionales serían una modalidad de
las personas públicas, pero no admito que asuman el monopolio del concepto de
lo público. Además el imperativo de ejemplaridad es un imperativo de todos los
ciudadanos. Muchas veces me preguntan solo por el último capítulo de Ejemplaridad
pública, el 30. Es un capítulo que, como una mera modalidad de lo que está
comentado anteriormente, está dedicado a los políticos, funcionarios y casa
real, insistiendo en que su responsabilidad no es de otra naturaleza a la del
resto de ciudadanos; si acaso más intensa (un plus), pero no diferente (un
novum). Pero todo hombre y mujer que realiza la doble especialización puede,
con todo derecho y merecimiento, ser calificada de persona pública.
Javier Gomá, “En la cultura moderna no tenemos un lugar para pensar y
sentir los sublime”, entrevista realizada por Juan Claudio de Ramón, jot down,
03/03/2014
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