La gran desconnexió fracassà.

Si quieres liberar a la sociedad dale internet”, dijo Wael Ganim, el más popular de los que iniciaron las protestas egipcias en Facebook. El Baradei identifica a jóvenes en las redes sociales como actores principales de la revolución. La realidad es más complicada. Y entender esa complejidad es esencial para caracterizar la primera gran revolución del siglo XXI, portadora de gérmenes de cambio al tiempo que muestra las raíces perennes de las revueltas: explotación, humillación y violencia. Tal vez todo empezó el 6 de abril del 2008 en El Mahalla el Kubra, ciudad obrera en el norte del país donde decenas de miles de trabajadores del textil fueron a la huelga, se manifestaron y ocuparon la ciudad hasta que fueron disueltos a tiros. Ahí surgió el movimiento juvenil del 6 de Abril, activo convocante por internet de las movilizaciones recientes.

Estimulado por la revolución tunecina, uno de esos activistas, Asmar Mafhuz, colgó un vídeo en YouTube el 24 de enero y sus compañeros distribuyeron miles de octavillas en barrios pobres de El Cairo llamando a manifestarse. Simultáneamente, Ganim, un joven ejecutivo de Google, creó un grupo en Facebook llamado Todos somos Jalid Said, el joven de Alejandría al que en junio del 2010 la policía asesinó a golpes en un cibercafé por colgar un vídeo mostrando a policías intercambiando drogas. Pronto tuvo 70.000 amigos . En Facebook y en Twitter se encontraron veteranos de la lucha contra la represión y miles de jóvenes indignados por la injusticia e inspirados por Túnez. Los jóvenes se comunicaron por sus medios habituales, internet y móviles. Pero pensando conquistar la calle con lemas copiados de Túnez: “Fuera el régimen”, seguido de “Túnez es la solución”, versión opuesta al tradicional “el islam es la solución”. Un movimiento espontáneo, poco islamista, sin líderes y mayoritariamente joven. En un contexto de luchas sociales y oposición política hasta entonces contenidas por la represión.

No fue una revolución por internet. Pero sin internet esta revolución concreta no se hubiera producido. Por internet llegaron las imágenes e informaciones de Túnez. Y las redes sociales fueron la plataforma de movilización, de coordinación, de solidaridad y de popularización del objetivo de acabar con Mubarak. Se pasó inmediatamente del ciberespacio al espacio urbano. Una vez en la plaza Tahrir, y en muchos otros espacios que se ocuparon en Alejandría, Suez y otras ciudades, se generó una dinámica de autoorganización, sin estructura previa, que se fue formando en la solidaridad ante el peligro y en la supervivencia diaria.

(…) Y cuando el régimen intentó interrumpir la comunicación libre que alimentaba el movimiento, se dio una verdadera batalla por la comunicación que está llena de lecciones para el futuro de la relación entre comunicación y poder. Porque Mubarak no se detuvo ante nada. Por primera vez en la historia, intentó la gran desconexión, el cierre total de internet y las redes móviles y la recepción de satélite. Por otro lado, utilizó la violencia para intimidar y someter a los periodistas. Y falló. La gran desconexión no funcionó: no fue tecnológicamente posible porque se usaron canales alternativos como la red Tor; porque las líneas de teléfono fijo conectaron por módem con el extranjero y de allí con Egipto, con ayuda de Google, Twitter y otros, mediante Twitter, fax y radio de onda corta; porque las pérdidas económicas de la incomunicación eran insostenibles, y porque el país dejó de funcionar.

Manuel Castells, Anatomía de una revolución, La Vanguardia 19/02/2011
http://www.lavanguardia.es/opinion/articulos/20110219/54117604837/anatomia-de-una-revolucion.html

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