Globalització i crisi de la democràcia.
La insatisfacción popular con la forma como funciona realmente la democracia y su desconfianza en las instituciones existentes se han disparado. El descontento se deriva en gran medida del hecho de que muchos gobiernos han perdido su capacidad de gobernar eficazmente porque muchos problemas colectivos requieren ahora ser gestionados a mayores escalas. Los cambios tecnológicos sostenidos y el proceso consiguiente de globalización propulsan el desbarajuste de la democracia y la gobernanza del mundo. Algunas recetas tradicionales, como el refuerzo de la soberanía nacional, de la capacidad del estado o de los partidos políticos ideológicos, ya no funcionan; a veces incluso pueden ser contraproducentes. La era de la democracia representativa centrada en los estados nacionales soberanos ha quedado atrás. Una gobernanza eficaz y responsable requiere un conjunto renovado de instituciones en los niveles local, nacional, continental y global. La globalización erosiona la democracia y la solución es globalizar la democracia.
Las nuevas tecnologías para la comunicación, la automatización y la inteligencia artificial se extienden a través de las fronteras y parecen imparables. La globalización resultante implica un amplio tráfico de información, migraciones humanas masivas, inversiones de capital transnacionales y comercio transfronterizo. Sectores cruciales de la economía son dirigidos por grandes corporaciones transnacionales y plataformas tecnológicas que escapan de las regulaciones y los impuestos estatales. Cuestiones relevantes como la ciberseguridad, el refugio y asilo, los movimientos de capitales, el comercio, las pandemias, los recursos energéticos, el tráfico de drogas, el terrorismo, la proliferación de armas nucleares o el cambio climático requieren una coordinación y una gestión a gran escala.
Todo esto crea enormes perturbaciones en las economías desarrolladas, la mayoría de las cuales tienen estados nacionales con regímenes democráticos. Los estados tradicionales con soberanía exclusiva no pueden funcionar bien en un mundo globalizado porque han perdido el control de muchos problemas críticos que ahora deben abordarse a nivel internacional o global. Las instituciones políticas en la mayoría de los países no se ajustan a la interdependencia del mundo.
La globalización tecnológica y económica se ha extendido especialmente desde los años noventa. Pero la Gran Recesión iniciada en 2008, que afectó principalmente a los países democráticos desarrollados, especialmente en Europa y Estados Unidos, exacerbó las dislocaciones económicas, el bajo rendimiento de los gobiernos y la decepción popular. Por todas partes surgieron reacciones nacionalistas. La pandemia iniciada en 2020 por el coronavirus también ha demostrado que vivimos en un mundo globalizado, así como que las instituciones actuales no están adaptadas para gobernar efectivamente esa interdependencia.
Nuestro análisis sugiere nuevas vías hacia una gobernanza más representativa, eficaz y responsable. Los procedimientos para seleccionar representantes y altos funcionarios y para tomar decisiones deben promover la eficiencia y el consenso político, no la división y la polarización. Una mayor eficacia del gobierno puede requerir la reasignación de poderes en múltiples niveles territoriales, cada uno adaptado para abordar problemas que implican diferentes escalas de eficiencia y demandas sociales concretas. Y debe haber claridad de responsabilidad en todos los niveles para que los gobernantes y los responsables de la toma de decisiones rindan cuentas de su desempeño y sus resultados. Nos preguntamos si estas estructuras complejas todavía pueden llamarse «democracia» y cómo debemos adaptarnos a estos nuevos entornos.
Las personas afectadas por los cambios económicos y sociales se indignan y reaccionan contra los gobernantes y las instituciones cuando no se cumplen sus expectativas. En general, la ira es una emoción política favorable al cambio de la cual pueden beneficiarse los partidos y candidatos de oposición. Como en algunas crisis recientes, los airados tienden a gritar: «¡Que se vayan todos!»
Al otro lado de la contienda, los gobernantes incompetentes o desafortunados que no pueden cumplir sus promesas o augurios anteriores pueden recurrir a inducir miedo, otra emoción política básica. El miedo a amenazas externas, ya sean enemigos, competidores o inmigrantes, junto con la sospecha de que el cambio puede ser para peor, puede reducir las expectativas, doblegar la ira contra los gobernantes decepcionantes y hacer que los ciudadanos insatisfechos se resignen o acepten la situación existente.
... la Gran Recesión iniciada en 2008 y la pandemia iniciada en 2020 generaron expresiones de frustración e ira respecto del mediocre desempeño de los gobiernos democráticos. Como consecuencia, la atmósfera política actual en muchos países democráticos es la opuesta a la que había sido durante el período anterior: está dominada por la desconfianza general en el gobierno, un escrutinio atento de las prácticas de corrupción, abundantes filtraciones de planes y mensajes confidenciales, frecuentes escándalos sobre asuntos privados, negocios o affaires sexuales de cualquier politicastro, y fuertes demandas de mayor transparencia y responsabilidad. Proliferan las protestas airadas, las derrotas de los gobiernos, la emergencia de nuevos candidatos y partidos y la demagogia. La difusión de los medios digitales y las redes sociales ha contribuido en gran medida al caótico alboroto.
Las reacciones adversas visibles más recientes en regímenes democráticos bien establecidos incluyen el derrocamiento electoral de muchos partidos gubernamentales, especialmente en el sur y el este de Europa, el sorprendente referéndum y catastrófico proceso del Brexit, y la extravagante elección y mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. También hay degeneraciones de antiguos regímenes democráticos o liberales en países menos desarrollados, incluida la degradación de algunos gobiernos en América Latina, la deriva de algunos gobiernos electos hacia el autoritarismo, como en Rusia, Tailandia, Turquía, y otras recesiones. En todo el mundo la gente parece adoptar los principios de la democracia como un ideal, pero en muchos lugares se descuida su encarnación real y se descuidan las prácticas y reglas democráticas. En comparación con varias décadas atrás, hay más democracia, pero menos gobernanza.
La pérdida por la política nacional de importantes poderes de toma de decisiones tiene el notorio efecto secundario de la banalización de las campañas políticas y la mayor visibilidad de la cruda ambición de los políticos profesionales. Los partidos gubernamentales tradicionales, incapaces de cumplir como era habitual, son rechazados y están en declive. Los partidos existentes son reemplazados o secuestrados por nuevas candidaturas. Como el trabajo regular de la mayoría de los políticos no requiere muchas habilidades profesionales o técnicas en políticas públicas, los aspirantes a cargos son reclutados entre personas con poca experiencia en asuntos públicos y con escasos méritos y calificaciones. La mayor parte de la acción política se convierte en agitación y propaganda. La cooperación multipartidista se desvanece, aumenta la polarización y proliferan los conflictos institucionales y las crisis constitucionales.
La confianza en los gobiernos nacionales y la satisfacción con la forma como funciona la democracia disminuyen, en gran medida como consecuencia del empeoramiento de su desempeño, en un entorno cada vez más complejo que incluye escalas de eficiencia pública tanto pequeñas como muy grandes. Según lo interpreta el politólogo Russell Hardin, la disminución de la confianza pública en el gobierno nacional puede ser «el resultado inevitable del papel decreciente del gobierno en la era de la globalización económica».
Josep Maria Colomer y Ashley L. Beale, Democracia y globalización, Anagrama, Barcelona 2021
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