Adéu, vida.


Los no partidarios de la eutanasia pasiva o activa propenden a imponer sus convicciones a los demás, como si estos debieran verse tutelados, al tiempo que demandan, muy asimétricamente por cierto, un inmaculado respeto hacia sus opciones vitales.
Algunos credos religiosos glorifican la vida mientras abogan por mantenerla bajo cualesquiera circunstancias, como muestra crudamente la película Camino, mientras que otras perspectivas vitales consideran inasumible identificar la vida con un terrible sufrimiento agónico sin salida ni finalidad algunas.
El cine no ha esquivado la cuestión y estas líneas no pueden cerrarse sin recordar algunos títulos, todos ellos fechados en los últimos veinte años. Los casos descritos en esas películas, ya sean reales o ficticios, hablan por sí mismos y sirven como testimonios favorables a este alegato en pro de una muerte apacible, cuando ello dependa de nuestra voluntad.
Recordemos el Mar adentro de Amenábar, la danesa Corazón silencioso y la emotiva Mi vida sin mi de Isabel Coixet, pero sin olvidarnos de la ya citada Camino, donde una madre atormentada construye su patológico duelo dejándose manipular para que su adolescente hija sea tenida por santa.
Cada cual debería poder elegir su jugada final en esta postrera partida de ajedrez con el propio destino.
Roberto R. Aramayo, ¿Cómo cabe despedirse de la vida?, Público 18/12/2019

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