Democràcia i efecte àncora.
En campaña (y fuera de campaña) los políticos recurren mucho a cifras, a menudo con la intención de hacernos creer que se trata de un dato meditado y calculado. Pero cuando no conocemos el tema del que se trata, podemos ser víctimas del efecto de anclaje.
Este sesgo es bien conocido en marketing y ventas. Por ejemplo, vamos a una tienda y vemos una chaqueta de 500 euros. Este precio nos parece exagerado hasta que el dependiente nos informa de que tiene un descuentazo y en realidad está solo por 275 euros. De repente, nos parece una ganga porque ya no comparamos con lo que nos queríamos gastar, sino con el primer precio que se nos ha presentado.
Pero también es peligroso cuando se habla de cifras de inmigración, de empleo o de presupuestos. Por ejemplo, cuando Casado habla de millones de africanos dispuestos a venir a España presenta una situación que no tiene nada que ver con la real: entre 2008 y 2017, España recibió a 558.467 inmigrantes nacidos en este continente (en total). Y, además, menos de un 5% de la inmigración que llegó a nuestro país fue irregular.
Cuando no tenemos información suficiente, a menudo nos fiamos de "anclas". Es decir de un dato o un número que nos sirve para ir ajustando nuestros juicios. A veces ese dato es el único que tenemos y el único en el que nos basamos para tomar decisiones, por lo que le damos un peso desmedido. Iria Reguero, psicóloga social y editora de Vitonica, apunta que no solo ocurre con números: “Pasa con cualquier tipo de información”. Tendemos a “quedarnos con el primer dato que nos llega y lo usamos para ir comparando con los demás”.
Este sesgo se ha constatado en multitud de estudios. Daniel Kahneman recoge algunos de estos trabajos en su libro Pensar rápido, pensar despacio. Por ejemplo, explica que en un supermercado de Iowa (Estados Unidos) limitaron la compra de latas de sopa a 12 unidades por persona durante una temporada. Los clientes se llevaban de media siete latas cada uno, el doble que si no se imponía ningún límite. Este límite no solo se creaba una sensación de escasez, sino que sugería que 12 latas de sopa es una cantidad razonable de latas de sopa.
Reguera añade que este sesgo se puede también aprovechar en política para jugar con nuestras expectativas: “Por ejemplo, si se sabe que un dato va a ser más alto, se puede anunciar una previsión más baja, para que el resultado final parezca mejor en comparación”.
También con cifras arbitrarias
Las anclas nos afectan incluso aunque sepamos que son incorrectas. En otro experimento, Fritz Strack y Thomas Mussweiler (pdf) preguntaron a dos grupos de participantes las siguientes preguntas:
- ¿Gandhi tenía más o menos de 140 años cuando murió? ¿Cuántos años tenía Gandhi cuando murió?
- ¿Gandhi tenía más o menos de 9 años cuando murió? ¿Cuántos años tenía Gandhi cuando murió?
Incluso aunque no se tenga muy claro quién es Gandhi y cuánto vivió, cualquiera puede saber que ni murió de niño ni vivió una cantidad absurda de años. Aun así, los del primero grupo estimaron que Gandhi vivió 67 años y los del segundo se quedaron en 50 (murió asesinado a los 78).
E incluso también nos afectan las anclas al azar. Kahneman cuenta otro experimento en su libro, llevado a cabo con jueces, que mostraba que el resultado de tirar un dado puede acabar influyendo en una sentencia (por suerte, imaginaria). Las caras del dado solo daban como resultado 3 o 9. De media, si salía un 9, los jueces condenaban a esta persona a 8 meses, mientras que si salía un 3, la media era de 5 meses. Por el mismo delito, claro.
Incluso nosotros podemos ser nuestra propia ancla. Como nos explicaba la catedrática de psicología de la Universidad de Deusto Helena Matute, cuando opinamos en voz alta también nos anclamos: "Ya nos hemos posicionado, por lo que nos cuesta más cambiar nuestra opinión". Es más, si alguien sugiere que estamos equivocados, tendemos a reforzar nuestras ideas, en lugar de ponerlas en duda. Matute recomienda "esperar a tener más información antes de hablar".
Kahneman apunta que dejarse guiar por las anclas puede ser razonable en muchos contextos. “No es sorprendente que personas a las que se hacen preguntas difíciles se agarren a algo, y el ancla es un asidero de cierta solidez”. Como apunta Iria Reguero, los sesgos no son siempre una trampa: “Ayudan a filtrar y simplificar la información”, pero “tenemos que ser conscientes de que están ahí para no guiarnos solo por ellos”.
Jaime Rubio Hancock, El efecto anclaje: un motivo para desconfiar de las cifras que digan los políticos en campaña, Verne. El País 12/04/2019
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