Antígona i Medea toquen a la porta de l'esfera política.
"En cojera de perro y llanto de mujer no has de creer", reza uno de los refranes más brutales que oí desde mi niñez castellana. El llanto de la mujer no pertenece a la semántica de lo real sino a la subjetividad y lo ficticio, no a lo ocurrido sino a lo que pasa por su extraña cabeza. Tal es el mensaje de la sabiduría popular de mi tierra. Los griegos separaban con claridad lo político y lo pre-político. Lo político era el dominio de la palabra, en las afueras estaba lo reproductivo y lo doméstico. Hanna Arendt y Habermas han construido sus filosofías de la esfera pública sobre esta idea. El llanto de la mujer queda al otro lado de la puerta. "Deja de llorar y habla", parecen querernos decir.
Dos desencantados de la política como Sófocles y Eurípides lo pusieron definitivamente en duda. En dos obras, cada uno de ellos se encargó de mostrar la falsedad de este axioma de la filosofía política: Antígona y Medea, respectivamente. En las dos, el grito ininteligible de las mujeres obra como prólogo a la fundación de la política. Las dos dejan claro que lo político es personal y que el grito y el lamento son actos de habla cuyo significado radica en el no ser entendidos.
Al comienzo de Antígona, el guardián del cadáver de Polinices, que acaba de atrapar a Antígona realizando sobre él los ritos de duelo, informa a Creonte de que la descubrieron por sus gritos estentóreos:
"(…) se pudo ver a la muchacha. Lanzaba gritos penetrantes como un pájaro desconsolado cuando distingue el lecho vacío del nido huérfano de sus crías. Así ésta, cuando divisó el cadáver descubierto, prorrumpió en sollozos y tremendas maldiciones para los que habían sido autores de esta acción."
Antígona grita para ser oída y detenida. Su acción y llanto no son lamentos privados sino parte de su conspiración contra el dictador. Pese a ello, docenas de autores han interpretado Antígona como un relato del enfrentamiento entre lo prepolítico y los lazos de sangre y la aparición de la ley y el estado, entre la lógica de la moral y la lógica de la política. Hegel es con mucho el más destacado y escuchado. Se ha dicho, con razón, que la Fenomenología del espíritu es un comentario a pie de página de Antígona. Quizás, una lectura diferente de la obra de Sófocles animaría a leer la Fenomenología con otra clave. El caso es que a Hegel se le escapan las intenciones políticas del grito de Antígona.
Me interesa más Medea, una obra que parece tratar de la venganza de una mujer mala. También comienza con un llanto molesto e ininteligible:
PEDAGOGO. — ¿No cesa aún la desgraciada en sus gemidos?
NODRIZA. — Envidio tu ingenuidad. El dolor está en su principio y aún no ha llegado a su mitad (…)
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, desgraciada de mí e infeliz por mis sufrimientos!¡Ay de mí, ay de mi! cómo podría morir?
El mito de Medea es inquietante y rico en metáforas políticas. Medea es la bruja, la mujer peligrosa que arregla con sus artes las incompetencias de los varones a los que ama. Es la traidora a su familia que se deja llevar de su pasión por Jasón y de sus promesas (Jasón, el idiota elocuente que, tras haber conseguido el Vellocino de oro gracias a Medea, aspira a entrar en Palacio mediante un braguetazo con la hija del rey, traicionando sus promesas a la madre de sus hijos). Medea es la nómada condenada a una cadena de exilios debido a la incomodidad que causa su presencia.
"Comenzaré a hablar desde el principio. Yo te salvé, como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en la nave Argos, cuando fuiste enviado para uncir al yugo a los toros que respiraban fuego y a sembrar el campo mortal; y a la serpiente que guardaba el vellocino de oro, cubriéndolo con los múltiples repliegues de sus anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para ti una luz salvadora. Y yo, después de traicionar a mi padre y a mi casa, vine [en tu compañía] a Yolco, en la Peliótide ~, con más ardor que prudencia. Y maté a Pelias con la muerte más dolorosa de todas, a manos de sus hijas, y aparté de ti todo temor. Y a cambio de estos favores, ¡oh el más malvado de los hombres! nos has traicionado y has tomado un nuevo lecho, a pesar de tener hijos. Si no los hubieras tenido, se te habría perdonado enamorarte de ese lecho. Se ha desvanecido la confianza en los juramentos y no puedo saber si crees que los dioses de antes ya no reinan, o si piensas que ahora hay leyes nuevas entre los hombres, porque eres consciente, qué duda cabe, de que no has respetado los juramentos que me hiciste. ¡Ay, mano derecha que tantas veces tomabas y rodillas mías, cuán en vano hemos recibido las caricias de un hombre malvado, qué decepción en nuestras esperanzas!"
Su queja, como la de Antígona, también es interpretada como doméstica y prepolítica por la voz del poder. Jasón la acusa de no ser sino una mujer resentida, como si el resentimiento no contase como pasión política, como demanda de justicia y de promesas incumplidas. Eurípides tenía claro que la demanda de Medea es a la misma trama que sostiene la democracia griega:
"Para mí, quien es injusto y, al mismo tiempo, de talante habilidoso en el hablar merece el mayor castigo, pues, ufanándose de adornar la injusticia con su lengua, se atreve a cometer cualquier acción"
Medea se dirige a Jasón pero lo hace al discurso político que envuelve en retórica sus actos de injusticia. Lo mismo que Antígona, decidirá pagar el precio más alto para hacer que el poder entienda su llanto. Antígona se ofrece para morir. Medea ofrece un sacrificio aún mayor que su vida, la de sus hijos que ha tenido en común con Jasón. Y reivindica la interpretación política de su acción:
“JASÓN. — ¡Oh hijos, qué madre malvada os cayó en suerte! MEDEA. — ¡ Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!
JASÓN. — Pero no los destruyó mi mano derecha.MEDEA. — Sino tu ultraje y tu reciente boda.
JASÓN. — ¿Te pareció bien matarlos por celos de mi lecho?
MEDEA. — ¿Crees que es un dolor pequeño para una mujer?
JASÓN. — Si. ella es sensata, sí, pero para ti es la mayor desgracia.
MEDEA. — (Señalando a los cadáveres.) Ellos ya no viven. Esto te morderá.
JASÓN. — Ellos viven, ay de mí, como genios vengadores de tu cabeza.
MEDEA. — Los dioses saben quién comenzó la desgracia.
JASÓN — Conocen, sin duda, tu alma abominable.
MEDEA. — Odia. Detesto tus amargas palabras.
JASÓN. — Y yo las tuyas, pero la separación es fácil.
MEDEA. — ¿Cómo? ¿Qué debo hacer? Lo deseo con todas mis fuerzas.
JASÓN. — Déjame enterrar a estos muertos y llorarlos.
MEDEA. — Eso no, pues yo deseo enterrarlos con mi propia mano, llevándolos al santuario de Hera, diosa Acrea, para que ninguno, de mis enemigos los ultraje saqueando sus tumbas. Y en esta tierra de Corinto instituiremos, de ahora en adelante, una solemne fiesta y ritos expiatorios de este impío crimen. Yo me voy a la tierra de Erecteo a vivir en compañía de Egeo, hijo de Pandión. Tú, como es natural, morirás de mala manera, golpeado en tu cabeza por un despojo de la Acrea, viendo así el amargo final de tu boda conmigo.
JASÓN. — ¡Ojalá te destruya la Erinis de tus hijos y la Justicia vengadora!
MEDEA. — ¿Qué dios o divinidad te va a escuchar, perjuro y engañador de tus huéspedes?"
En las dos obras hay un entierro ritual: en Antígona, al comienzo, en Medea, al final. Los rituales de duelo marcan los espacios de lo prepolítico. Antígona y Medea saben que han de convertir su grito en restauración de la justicia. Antígona se apoya en este ritual para construir su conspiración. Medea vuelve a lo ritual y prepolítico para convertirlo en memoria de su acción.
Medea convierte su llanto en mensaje que tardará en ser oído, pero que, cuando lo haga, cambiará el curso de la historia:
"De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males."
Las mujeres malas hacen que su llanto se convierta en institución de lo político abriendo los límites de lo real más allá de los límites del discurso del poder. Cuando las mujeres malas aparecen en escena el varón patriarcal se siente perdido entre la fascinación y el miedo. "Me gustan las mujeres rubias, peligrosas y cargadas de pecados", afirma Philil Marlowe, el detective de ficción de Raymond Chandler (creo que es en El largo adiós, pero ahora no tengo a mano sus obras para comprobarlo). La novela y el cine negros dieron testimonio de la llegada de la mujer mala al universo de la metrópolis, brujas que sabían interpretar los signos de la ciudad mejor que el varón perdido, y que usaban su llanto para hacer visibles las tramas ocultas de lo real.
Fernando Broncano, Lloronas, El laberinto de la identidad 04/12/2016
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