Come la democrazia fallisce - Incontro con Raffaele Simone (vídeo-conferència).


Dios ha muerto, el hombre ha muerto y la democracia no se encuentra muy bien. El italiano Raffaele Simone (Lecce, 1944), emérito de Lingüística en la universidad de Roma Tre y autor de varios textos de reflexión política, traza un diagnóstico desolador: Occidente lleva más de un decenio sin encontrar una cura para la enfermedad que ha contagiado a la democracia. El creciente absentismo electoral y el nacimiento de movimientos centrados en un radical rechazo del sistema político tradicional son solo los síntomas más patentes. La alarma de su último ensayo, El hada democrática. Por qué la democracia fracasa en su búsqueda de ideales, resulta aún más apremiante en el título italiano: Come la democracia fallisce (Cómo fracasa la democracia). La edición en español, recién publicada por Taurus con prólogo de Soledad Gallego-Díaz, prefiere una cabecera menos tajante, que hace referencia a la metáfora que centra la obra.

¿Por qué la metáfora del hada para hablar de la democracia?

La imagen de una mujer con poderes mágicos define bien la concepción que los ciudadanos han desarrollado de la democracia: un hada generosa, salvífica, a la que pedir todo tipo de hechizos sin pagar. El hada siempre está allí, dispuesta y lista para correr en tu ayuda. Soluciona tus problemas, sin pretender nada a cambio. Este modelo positivo es fruto de más de un siglo de prácticas democráticas. Para mí, viene siendo una señal de los excesos con los que hemos sobrecargado la democracia. Una de las razones principales por las que la democracia se encuentra en dificultades – aún más: en desbarajuste – es que nos hemos acostumbrado a pedirle demasiado. Utilizo esta metáfora con una intención irónica, para lanzar una alarma: “¡Ojo! El hada que cuida de todos tus pesares está estresada, la estás destruyendo de tanto exigirle”. El estrés democrático no ha contaminado solo Italia o España, sino que ya es una tendencia planetaria.

¿Cuáles son los síntomas de esta enfermedad?

Uno de ellos es la explosión de los movimientos populares, que en todo el mundo rechazan la política tal y como se da en el sistema democrático actual. Este rechazo no es genérico sino que denuncia la crisis de dos pilares tradicionales de la democracia: el principio de representación y la confianza en la clase política. Los dos se tambalean como nunca antes. Los políticos elegidos como representantes ya no parecen conectar con los electores, que sin embargo les pusieron en su escaño. La política se ha convertido en profesión, lo que ha permitido que florezcan privilegios y corrupción en lo que se percibe como una casta. Por supuesto siempre existieron privilegios y escándalos pero hoy en día trascienden y se airean mucho más que antaño. La difusión en Internet ha contribuido de modo fundamental a la pérdida de confianza por parte de los ciudadanos. La Red, además, alimenta la ilusión de que las bases puedan prescindir de sus representantes: si por un lado ayuda a delatar el trance de la democracia representativa, por el otro proporciona el ingenuo espejismo de que la democracia pueda ser directa.

¿Puede serlo?

Los movimientos están convencidos de ello. Es el lema “Uno vale uno” del Movimiento 5 estrellas (M5S) en Italia, por ejemplo. Pero cualquiera que tenga un mínimo de experiencia de vida sabe que la democracia directa apenas es posible en las reuniones de vecinos de una misma comunidad. Sin embargo, el rechazo del sistema –es decir, del principio de representación y de la casta – genera la ilusión de una participación absoluta, fomentada por Internet y resumida en el lema “lo hacemos solos, podemos nosotros solos”; el mismo mote que han declinado en formas similares Podemos, M5S u Occupy Wall Street...

¿Por qué los movimientos acaban entrando en el mismo mecanismo que critican?

Sociólogos y teóricos políticos estudiaron durante años la transformación de los movimientos en instituciones. Concluyeron que es un fenómeno inevitable. Un movimiento crea vibración, ebullición en la sociedad, no genera un cambio estructural. La estructura solo se da en la forma de partido, es decir, de una institución que se propone gobernar la sociedad y no solo movilizarla. El movimiento que mantenga su forma originaria, horizontal y de las bases, al cabo de un tiempo se disuelve o, mejor dicho, se evapora. Es lo que pasó con Occupy Wall Street.

¿En cambio el 15M y los grillini acertaron dando el salto?

Estos dos movimientos captaron e interpretaron la insatisfacción de la sociedad hacia el paradigma democrático usual. Al cabo de un tiempo entendieron que había que hacer cotizar la inquietud y se convirtieron en partidos, en estructuras que quieren llegar a gobernar. Aunque a sus representantes y electores no les caiga muy bien esta definición, el M5S es hoy un partido en toda regla: rechaza los congresos, la organización piramidal, el líder único, pero de hecho ha entrado en las instituciones y en los mecanismos de representación. Podemos parece tener menos recelo en definirse ‘partido’ y en asumir el liderazgo que supone convertirse en partido. No deja de ser buena paradoja: profesan ser perfectamente horizontales pero tienen un solo jefe. Podemos está vinculado con esa persona, con su manera de presentarse, hablar, peinarse. Las fuerzas políticas en una democracia se caracterizan por identificarse en un líder. Los movimientos-partidos no pueden evitar la misma suerte.

¿No puede existir un partido no personal?

Buscar a un líder es una necesidad natural de las masas. Se trata de una urgencia narrativa, diría yo: el mismo instinto nos empuja a buscar al protagonista en un libro o en una película. Precisamos alguien que “pone su cara”. Esta exigencia se acentúa con la explosión del papel de la televisión en la lucha política. Más que en un discurso o en una idea, la mayoría de la gente se fija en una cara intrigante, reconocible, simpática y de habla suelta: elige a su representante político por motivos extrapolíticos. En los últimos 20-30 años, la calidad de la opinión pública se ha derrumbado precipitadamente (un tema al que se prefiere no prestar atención, que sin embargo contribuye al trance democrático).

Empezamos diciendo que los movimientos son un síntoma de la crisis, porque la denuncian. ¿Su conversión en partidos es la respuesta?

Es un principio de respuesta. Si esta respuesta será sólida e institucional nadie lo sabe. Tenemos por delante años de vibraciones. Queda por ver si estas sacudidas servirán para asentar el edificio o para tumbarlo de una vez. 

La llegada de estos nuevos partidos ha complicado la formación de un gobierno tanto en España, donde hubo que convocar nuevas elecciones, como en Italia, hace tres años. ¿Es un callejón sin salida?

Parece serlo mientras no quieran aliarse con nadie. La ideología de la limpieza de sangre es interesante en teoría, pero desde el punto de vista de la práctica política resulta ser un error fatal. La política democrática se construye con las alianzas. Es decir, mediante compromisos.

¿Considera un error negarse a pactar con los partidos tradicionales?

Lo es sin duda desde el punto de vista de la estabilidad y de la gobernabilidad. Pero es todo un acierto demarketing: Podemos y M5S son expresión de un electorado harto de los partidos tradicionales y, de cara a sus electores, les sale a cuenta actuar como radicales, mostrarse puros y duros, negarse a cualquier compromiso, ir de limpios e incorruptibles. De esta manera, sin embargo, les hace falta la mayoría absoluta de los votos para lograr gobernar. Un objetivo que parece poco posible. La situación de España proporciona una enseñanza muy alarmante: sin pactos, hay nuevas elecciones. Un jaque que podría paralizar el juego hasta el infinito.

En su libro se refiere a muchas crisis de la democracia a lo largo de la historia. ¿La de hoy es la más grave?

Sí. Lo es justamente porque ahora viene de las bases. Ya no se trata de crisis políticas, de palacio y limitadas a una nación. Hoy asistimos a un desgaste de la confianza del pueblo hacia sus representantes y este desgaste se da bajo un cielo globalizado. La enfermedad es enormemente más amplia.

¿Cuál puede ser la alternativa a la democracia que conocemos?

Existe la democracia a lo Vladimir Putin: centrípeta, muy autoritaria, con un jefe o un restringido grupo de mando. O el modelo chino: “Os reconozco derechos económicos pero no derechos políticos”. O el paradigma de algunos países islámicos donde el poder político y el religioso se funden.

No parecen perspectivas muy buenas.

No digo que sean deseables. Digo que estamos jugando demasiado con el hada que heredamos, la damos por sentada como si fuera un beneficio adquirido para siempre. No es así: igual que la ganamos podemos llegar a perderla.

Lucia Magi, entrevista a Raffaele Simone: "El estrés democrático es ya una tendencia planetaria", Ctx 25/05/2016

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