Cap a una guerra mundial cibernètica.
El 1 de diciembre del 2018, fue detenida en Vancouver Meng Wanzhou, la hija del fundador de Huawei. Fue acusada de haber violado las sanciones que los norteamericanos han impuesto al Irán de los ayatolás. Un incidente diplomático que ha dado lugar a una escalada de hostilidades comerciales entre Estados Unidos y China que afecta a los chips, minerales raros, aplicaciones y contenidos que configuran la arquitectura de la revolución digital. Desde entonces, podemos hablar de una guerra en toda regla que discurre también por frentes geopolíticos en los que la cultura, los mapas, la historia y la religión se mezclan con los datos, los algoritmos, la inteligencia artificial (IA) y el resto de tecnologías exponenciales.
Más que una guerra clásica de posiciones estamos ante una competición por llegar primero a la disrupción que separe la era del Homo habilis de la era del Homo digitalis. La victoria la obtendrá quien alcance antes la terra incognita que nacerá al ensamblar lo digital y lo neuronal con la computación cuántica. Entonces se conseguirá que la IA aprenda por sí misma, modifique sin ayuda sus propios algoritmos y desarrolle un pensamiento racional, intencional y contextualizado. Un objetivo que Estados Unidos y China persiguen porque quien llegue primero a la disrupción colonizará el mercado global asociado a la tecnología. Un botín que generó más de 36 billones de dólares en el 2018 y que alcanzará los 151 billones en el 2023.
Ambas superpotencias son conscientes, además, de que el vencedor definirá los patrones de una humanidad que está en los umbrales de superar los límites de lo posible. Esto supone la pugna sobre qué modelo cultural explicará el sentido que daremos a la humanidad tras el triunfo de las máquinas. Un choque filosófico y político entre un calvinismo digital y un confucianismo tecnológico que defienden una idea de poder verticalizado y sin control democrático, que socava los fundamentos de equidad de la democracia liberal al promocionar una estructura algorítmica de la sociedad que manipula la conducta humana sin debate público, legalidad y derechos.
En esta competición bélica la clave de la victoria está en saber quién neutralizará a Europa al someterla a su dictado tecnológico. Estados Unidos trata de desenganchar la fachada atlántica europea con el Brexit y el control de la conurbación global que aglutina Londres y el sistema Oxford-Cambridge. China opera sobre el Mediterráneo y sobre el Este a través de la amenaza ciberterrorista que encarna el imperio gamberro ruso. La estrategia china se centra en llegar a acuerdos bilaterales con Portugal, Italia y Grecia que fragmenten el mercado digital europeo con la idea de restablecer la vieja ruta de la seda y, de paso, canalizar hacia Europa la mayor parte de sus inversiones en innovación y tecnología 5G.
La razón de todo está en que Europa es el enemigo que batir al ser el único actor alternativo a las dos superpotencias. Hablamos de un ecosistema tecnológico muy poderoso. Sobre todo en industria 4.0. A lo que hay que añadir una potencialidad generadora de datos extraordinaria. Entre otras cosas, debido a la huella digital que dejan diariamente 500 millones de europeos que disfrutan del estatus de la clase media global, elevados niveles de digitalización, despliegues de infraestructuras tecnológicas de alta capacidad e indicadores de formación y bienestar muy superiores al resto del planeta. Esta huella es un tsunami de datos excepcional a escala mundial, tanto cuantitativa como cualitativamente. Una fuente de riqueza incalculable dentro del modelo de economía de plataformas sobre el que se basa la prosperidad del siglo XXI.
Europa tiene, además, una narratividad alternativa a los modelos de Ciberleviatán chino y norteamericano. Un relato democrático sobre la revolución digital que podría basarse en la propiedad de los datos, los derechos digitales y una ciudadanía aumentada. Y es que, desde el Protágoras de Platón, Europa atesora 2.500 años de pensamiento sobre la relación del hombre con la técnica. Un intangible ético que puede dar sentido humanístico a las máquinas y la revolución digital.
José María Lassalle, Europa y la IV Guerra Mundial, La Vanguardia 15/06/2019
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