L'apatheia com a ideal de vida.
... la filosofía estoica es una filosofía práctica, que quiere ayudar a vivir lo mejor posible, teniendo en cuenta las debilidades humanas. En su Enquiridión (el Manual para la vida feliz), Epicteto decía que hay cosas que dependen de nosotros y podemos controlar, incluidos nuestros deseos y miedos, y otras que no, como el temor a envejecer o a enfermar, que hemos de afrontar con valor. “No son los hechos lo que turba a las personas, sino sus juicios sobre los hechos”, escribía.
El estoicismo, como recuerda Martínez, es un sistema que coloca la racionalidad en el centro. El objetivo es la apatheia, es decir, liberarnos de las pasiones que nos llevan a buscar cosas imposibles, como la inmortalidad, o irrelevantes, como la riqueza y la fama, para poder vivir con tranquilidad y sin perturbaciones.
Es decir, los propósitos de año nuevo de un estoico serán racionales, medibles, controlables. ¿Ir al gimnasio? Por supuesto. ¿Aprender alemán? Claro. ¿Conseguir un ascenso? Eso ya no depende solo de nosotros y nos debemos conformar con hacer nuestra parte. Hay que vivir lo mejor que podamos, conscientes de nuestras limitaciones y desarrollando virtudes como el valor, el autocontrol y la justicia: “La ética estoica enseña cómo mediante el autoconocimiento el individuo descubre su lugar en la historia del mundo, cómo lo acepta y cómo ajusta armónicamente su vida con el orden universal natural”, explica Méndez Lloret.
Aun así, no sorprende que se haya acusado al estoicismo de conformista, en especial a las versiones popularizadas en los últimos años, y de que, a cambio de reducir nuestro sufrimiento y nuestra ansiedad, contribuyamos a reforzar el statu quo. Como recuerda Iker Martínez, todas las escuelas de la antigüedad son conservadoras, pero, incluso teniendo esto en cuenta, a menudo se simplifica un pensamiento muy complejo, cuyo objetivo es, sobre todo, que nos conozcamos mejor a nosotros mismos. Y que admitamos, si es el caso, que jamás aprenderemos a tocar la guitarra con vídeos de YouTube y que deberíamos apuntarnos a clases.
Las ideas epicúreas nos pueden ayudar también a evaluar nuestras prioridades, como explica la filósofa Catherine Wilson en su Cómo ser epicúreo. No siempre podemos escoger, claro, pero a menudo aceptamos dolores a cambio de un placer menor o, peor, que no llega nunca: ¿trabajamos demasiado, sobre todo si, además, no nos gusta lo que hacemos? ¿Necesitamos el coche o nos podríamos ahorrar los gastos? ¿De verdad tenemos que decir que sí a todos los compromisos sociales solo por no quedar mal?
Igual que los estoicos, Epicuro cree que los errores no están en lo que nos ocurre, sino en lo que opinamos sobre lo que nos ocurre y, especialmente, en el miedo a que nos ocurran ciertas cosas. Incluida la muerte, a la que no deberíamos temer. Lo que proponen Epicuro y sus seguidores —especialmente el romano Lucrecio, en el siglo I antes de Cristo— es que nos preocupemos, sobre todo, por la calidad de nuestra vida y no solo por su cantidad.
Aunque ahora parezca parcialmente olvidado frente a su rival, el epicureísmo influyó en pensadores como Thomas Hobbes, en los utilitaristas (preocupados también por el placer y el dolor) y en los revolucionarios estadounidenses. Hay que recordar que, además, se trata de unas ideas dirigidas a toda la humanidad, de modo similar al cosmopolitismo de los estoicos. De hecho, la escuela de Epicuro (el Jardín) admitía a mujeres, ancianos, niños y esclavos, algo nada frecuente en la época, pero que contribuyó a las acusaciones de descontrol y libertinaje.
Jaime Rubio Hancok, Antes de hacer promesas de año nuevo, lea esto, El País 18/12/2022
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