El llenguatge humà i l'aprenentatge de les llengües.




Aunque en el mundo hay muchas lenguas, en el fondo no son más que variedades de la lengua humana. Por muy distintos que nos parezcan el japonés y el árabe, las redes neuronales que subyacen y posibilitan su aprendizaje y uso son extraordinariamente similares, por no decir las mismas. No hay lenguas más simples o más complejas, ni más fáciles o más difíciles; todas ellas son igualmente complicadas de aprender, ya que, no lo olvidemos, son la consecuencia de poseer un cerebro humano.

Al nacer podemos aprender con la misma facilidad, o dificultad, las distintas lenguas del mundo. El hecho de nacer con la piel de un color o de otro no influye en absoluto en las capacidades que un bebé tiene para aprender cualquier idioma. A veces se dice que el alemán “es una lengua difícil” porque a un no nativo le cuesta mucho aprenderla… de adulto. Pero para los bebés que nacen en el seno de familias en las que se habla el alemán, su aprendizaje es igual de trabajoso que para los que crecen en familias en las que se habla gallego o chino.

Los primeros pasos en el aprendizaje del lenguaje son muy similares. Todos los bebés, durante los primeros seis meses de vida, son capaces de percibir diferencias entre sonidos de las lenguas a los que no han estado expuestos nunca y que sus padres no pueden percibir, ni mucho menos producir. Por ejemplo, los bebés que nacen en familias en las que solo se habla japonés no tienen ninguna dificultad en percibir que las palabras “cara” y “cala” suenan diferente, aunque sus padres sean incapaces de pronunciarlas de manera distinta.

Entre los 6 y los 12 meses de vida, todos los bebés van a ir perdiendo esta capacidad de percibir sonidos que no son importantes para su lengua y van a empezar a percibir cada vez mejor los sonidos que sí que son relevantes en su lengua. También hacia los 6 meses de vida, todos los bebés ya van a ser capaces de reconocer sus primeras palabras, estén aprendiendo zulú, quechua o portugués.

Muchos padres se preocupan por si sus hijos no están aprendiendo al ritmo esperado, esta preocupación es incluso mayor en el caso de familias en las que se habla más de una lengua. Y esta preocupación parece razonable; de entrada, los bebés que crecen en entornos bilingües tienen, de promedio, la mitad de la exposición a cada una de las lenguas que los bebés que crecen en entornos monolingües. Pero, así y todo, aprenden al mismo tiempo, eso sí, adaptando de manera sutil algunos aspectos.

Por ejemplo, al nacer, los bebés miran de manera intensa a los ojos de sus cuidadores. Hacia los 4-6 meses, los bebés que crecen en entornos monolingües empiezan a mirar preferentemente a la boca de las personas con las que interactúan, y hacia el final del primer año de vida vuelven a prestar mucha más atención a los ojos que a la boca. Los bebés que crecen en entornos bilingües hacen exactamente lo mismo, solo que miran durante más meses a la boca (empiezan un poco antes y lo prolongan un poco más).

Los adultos miramos más a la boca de alguien que habla cuando nos cuesta entenderlo (porque hay mucho ruido o porque es alguien que habla en una lengua que no dominamos). Es pues probable que esta modulación de la atención de los bebés hacia la boca también refleje la necesidad de obtener el máximo de información posible sobre lo que están escuchando. Incrementando la atención a la zona de la boca en este periodo, los bebés expuestos a dos lenguas al mismo tiempo consiguen aprender el lenguaje al mismo ritmo que los que solo están expuestos a una. Esta homogeneidad en las primeras etapas del aprendizaje nos muestra hasta qué punto el cerebro humano está preparado para aprender “la lengua de los humanos”, tenga la forma del sueco, el navajo o el coreano, y se aprenda solo una lengua o más de una a la vez.

El cerebro humano ha creado y está especializado en aprender y usar este lenguaje redundante e imperfecto. El cerebro funciona en forma de redes complejas que conectan distintas estructuras. Cuando escuchamos hablar a alguien, prácticamente todo el cerebro se pone en marcha, como si se tratara de un baile con millones de bailarines. Al escuchar la frase “el trago mezclado con migas del bollo tocó mi paladar”, millones de neuronas en nuestro hemisferio izquierdo van a activarse de forma organizada y van a descodificar la señal acústica, van a reconocer las palabras, van a determinar qué es el sujeto y qué es el verbo en la oración.

Al mismo tiempo, también van a verse implicadas millones de neuronas en otras partes del cerebro que tienen que ver con el sentido del olfato, del gusto y también del tacto. Todas estas redes de neuronas se cruzan y generan un patrón único que encierra el significado de la frase. Las personas bilingües organizan esas neuronas que descodifican la señal del habla y encuentran sujetos y verbos de dos maneras diferentes. Las neuronas son mayoritariamente las mismas, aunque podríamos decir que saben bailar dos melodías. También se cruzarán con esas otras neuronas que codifican las sensaciones y las emociones y, al hacerlo, crearán vínculos entre cada lengua y cada vivencia.

Para la persona bilingüe, la relación entre cada una de sus lenguas y sus experiencias personales es también única. Los bailes sincronizados de las neuronas encierran nuestros recuerdos de todas las magdalenas que nos hemos comido a lo largo de nuestra vida, de todas las canciones que hemos cantado y de todos los sonidos que constituyen nuestras lenguas.

Núria Sebastián Gallés, Las lenguas, la magdalena y el cerebro, El País 12/03/2017

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