Ciència i democràcia.
Podemos decir, por tanto, que el conocimiento es siempre una cuestión política; una cuestión que tiene que ver, es decir, con la polis y sus instituciones; que tiene que ver con el tipo de comunidad que trasladamos y reproducimos en los parlamentos y las escuelas. Por eso tiene mucha razón la citada Donatella di Cesare cuando insiste en que tanto los negacionismos como las inseparables teorías de la conspiración "no son un producto de la ignorancia o de un pensamiento mágico y supersticioso" sino que señalan cuestiones "eminentemente políticas". Los negacionismos, sí, se inscriben en un proyecto político cuyo propósito no es negar la "realidad" o los "hechos" o las "verdades científicas" sino combatir esas comunidades objetivas que hacen creíbles nuestros saberes y nuestras creencias; negacionismos y conspiranoias nacen, en puridad, de la descomposición de esas comunidades, descomposición que arrastra al terraplanismo, el antivacunismo o el negacionismo histórico a miles de personas normales asustadas e inseguras e incluso a miles de "rebeldes antisistema" justamente cabreados. No se trata, por tanto, de corregir la ignorancia con conocimiento; ni tampoco el falso conocimiento con verdadero conocimiento. La respuesta tiene que ser también política. ¿En quién podemos confiar? ¿A quién podemos creer? Las encuestas sobre negacionismos y negacionistas hay que ponerlas en relación, mucho me temo, con las encuestas sobre democracia. Recuerdo de nuevo algunos datos. Según un informe de la Fundación V-Dem, todos los progresos democráticos alcanzados en las últimas décadas "se han esfumado". El 78% de la población mundial, casi seis mil millones de personas, viven hoy bajo regímenes autocráticos, una proporción que nos devuelve al año 1986, a las vísperas del final de la Guerra Fría. Por primera vez en dos décadas, hay más gente gobernada por "autocracias cerradas" (un 28%) que por "democracias liberales" (tan solo un 13%). El informe indica que en 2022 cuarenta y dos países estaban en proceso de "autocratización", entre ellos EEUU y Brasil, pese a la victoria in extremis de Biden y Lula sobre Trump y Bolsonaro en las últimas elecciones: el paso de la derecha por el poder siempre deja fósiles institucionales difíciles de doblegar. Menos libertad académica y cultural, menos libertad de expresión, menos credibilidad electoral, menos derechos civiles, ésta es la tónica que se impone en el mundo por una especie de réplica viral en la que la dependencia comercial de las democracias respecto de las autocracias (pensemos en el poder económico de China, Rusia o Qatar) debilita aún más las resistencias liberales.
La lucha por la democracia, en consecuencia, es indisociable de la lucha por la Ciencia y la investigación histórica; es decir, de la escuela pública. A menos democracia, más negacionismo y más teorías de la conspiración. Una parte de la izquierda (la que niega los crímenes de Stalin, de Putin y de Bachar Al-Asad) coincide en eso con la ultraderecha: no cree en la objetividad de los saberes comunitarios (ni de los sufrimientos comunes) y no cree, en consecuencia, en las trabajosas chapuzas del Derecho y la Democracia.
Santiago Alba Rico, Negacionismos y democracia, Público 23/08/2023
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