La conspiranoia ens salva del nihilisme.








En «El abuelo contra la impotencia sexual», sexto episodio de la décima temporada de la serie, el abuelo Abe Simpson decide ayudar a reavivar la exigua vida sexual de Homer y Marge a través de un tónico milagroso que, para sorpresa de todos los implicados, funciona. A medida que sus padres empiezan a pasar más tiempo a solas en dormitorios con las persianas bajadas, los niños de la ciudad de Springfield se preocupan. Reunidos en la casa-árbol de Bart, un puñado de las mejores mentes de su generación traza una serie de hipótesis para explicar las cada vez más alarmantes ausencias adultas, entre las que destaca una alianza entre el complejo militar-industrial y los alienígenas para obligar a sus progenitores a retirarse temprano cada noche y, por tanto, dejar a la infancia norteamericana sin cenar. Cuando Lisa sugiere, con una voz rebosante de sarcasmo, que quizá la explicación sea tan sencilla como que todos los padres y madres de los allí presentes se han convertido en vampiros diurnos, la teoría es recibida con los brazos abiertos e incorporada rápidamente al esquema general de las cosas, pues nada impide que los alienígenas y los vampiros puedan convivir en una misma narrativa conspiranoica.

... ¿es siempre el pensamiento conspiranoico fruto de una mala lectura de las sombras en la caverna platónica?

No exactamente, pero hay un elemento muy importante en los dos ejemplos de ficción anteriores: la precipitación o el salto (de fe) hacia las conclusiones cuando los hechos quizá exigían una investigación en mayor profundidad. La mente conspiranoica es capaz de detectar una trama insondable de manipulación de la realidad, donde otros solo ven noticias sin aparente conexión o, incluso, eventos aislados tan relevantes para la historia de la humanidad como el asesinato de Kennedy o el 11-S.

Una de las bases del pensamiento conspiranoico es que todo está conectado, luego es muy difícil encontrar un complot insidioso de alcance internacional que se produzca en el vacío.

Desde que existe el mundo, existe la conspiración. El historiador Gordon S. Wood razona que, ya que la política solía ser territorio exclusivo de las élites poderosas, el pueblo llano considera los «innumerables complots de la Antigüedad y el Renacimiento» como algo que «se daba por hecho», o como «el proceso natural por el que los gobernantes eran depuestos»8. Es decir, que antes nadie creía necesario dar una explicación a sucesos que, en el fondo, no le incumbían lo más mínimo: se entendía que la propia naturaleza del poder en aquellos siglos llevaba inscritas las luchas intestinas entre diferentes facciones, de manera que un atentado o un golpe de Estado que quitara a unas para poner a otras formaba, simplemente, parte del espectáculo. Nosotros no éramos, en ningún caso, elementos activos en esas maquinaciones palaciegas, pues no se necesitan ardides para engañar o manipular a la población dentro de una sociedad dividida en castas. Cuando pasamos de ser súbditos a tener un mínimo de voz y voto en la vida política, en el momento en que el progreso social posibilitó la aparición de los primeros mecanismos democráticos, fue cuando la conspiración evolucionó también gradualmente: de pasatiempo aristocrático a instrumento preciso por el cual los miembros de la élite conservaban su posición de poder, siempre a expensas de los más desfavorecidos.

Los cimientos mismos de la conspiranoia son las sospechas de que el sistema está abrumadoramente escorado a favor de una minoría acaudalada y poderosa que no duda, ni por un segundo, en poner a funcionar sus vastos recursos con el objetivo de engañar al ciudadano de a pie. No es extraño, por tanto, que una de las metáforas favoritas de la conspiranoia actual sea esa dicotomía entre la pastilla roja y la pastilla azul que vimos en la película Matrix (The Wachowskis, 1999): acepta tu realidad tal y como ellos quieren explicártela o, por el contrario, descubre por ti mismo los hilos secretos de la sociedad; la verdad nunca revelada; el guion que da sentido a todo, oculto al común de los mortales.

En el fondo, se trata de intentar ordenar el caos cacofónico de la vida moderna, lo que no diferenciaría tanto al pensamiento conspiranoico del religioso. En lugar de aceptar que las sociedades contemporáneas han llegado a un nivel tal de aceleración que nos es absolutamente imposible plantear una teoría del todo, la conspiranoia propone una motivación oculta o causalidad que niega el azar, la torpeza inherente a toda burocracia o la multiplicidad de puntos de vista. Solo hay una explicación racional para absolutamente todo lo que nos ocurre: que forma parte de un diseño preestablecido —lo cual es mucho más tranquilizador que la alternativa—. En ocasiones, como ocurre en el caso de Los Simpson, se trata de suposiciones salvajes efectuadas por pensadores que, pese al propósito de llegar más allá de lo cotidiano, solo disponen de una parte de la información total. Los secretos de Estado y la mecánica interna del poder generan un escenario excluyente, luego la noción de que existen pistas aparentemente inofensivas que, tras ser interpretadas del modo correcto, podrían darnos acceso a una visión de conjunto, se vuelve cada vez más y más atractiva. La idea de un sistema coordinado, por siniestra que sea, resulta preferible a la realización de que flotamos a la deriva en un universo nihilista, gobernados por gente incompetente y expuestos a todo tipo de contingencias imprevisibles. La conspiranoia nos salva del nihilismo. Amén.

Como sistema de creencias, el pensamiento conspiranoico eleva complots específicos a la categoría de norma general y nos convence de que todo forma parte de una red interrelacionada. Acontecimientos tan trascendentales como una pandemia sirven no solamente como aceleradores conspiranoicos (si querías una prueba de que el poder intenta manipular y someter a la población, no vas a encontrar ninguna mejor), sino también como marcos generales o líneas de bajo en la gran canción de la vida cotidiana. Dado que la mente conspiranoica no suele hacer diferencias entre lo que decide creer o no, optando casi indefectiblemente por un enfoque de «todo está conectado», la crisis de la covid-19 solo tardó unas pocas semanas en ser incorporada a narrativas conspiracionales ya existentes como los chemtrails, el Nuevo Orden Mundial y, por supuesto, el movimiento antivacunas. Todos ellos serán explorados a conciencia en las páginas de este libro pero, de momento, lo que nos interesa es subrayar la naturaleza acumulativa del pensamiento conspiranoico: en el instante en que abres tu mente a la posibilidad, todo comienza mágicamente a encajar en la narrativa. En lugar de partir del estudio de los hechos para extraer una conclusión razonada, la conspiranoia parte de la teoría y, más adelante, intenta ajustar la práctica a sus renglones, sin importar la cantidad de vueltas o reinterpretaciones que sean necesarias para acomodarla.

Sin lugar a dudas, nuestra exposición al pensamiento marginal y, en ocasiones, incluso peligroso desde el punto de vista de la armonía social, nunca ha sido mayor que ahora mismo: hoy podemos recibir un enlace a un vídeo que contenga «todo aquello que no quieren que sepas sobre el coronavirus» en cualquier momento. La lucha contra este tipo de desinformación tiene un efecto paradójico: cuando Facebook retiró un clip (narrado por el farmacólogo italiano Stefano Montanari) que trataba sobre cómo la pandemia es en realidad un bulo inventado por una élite poderosa para «llenar sus bolsillos con dinero y corrupción, ya de por sí rebosantes», mucha gente que había sido seducida por su mensaje argumentó que ellos controlan Silicon Valley, de modo que la propia retirada del vídeo por parte de la red social era la prueba definitiva de que lo que se contaba en él era cierto. Tras años de inacción, apoyada en el pretexto de que la ausencia de moderación era la única garantía de libertad de expresión, Facebook liberó de la botella a un genio que ahora es muy difícil volver a atrapar. Cuando crees enfrentarte a un enemigo tan colosal que, de hecho, se ha infiltrado en todos los estamentos de la vida social, cualquier medida tomada en pos del rigor informativo será contemplada como un flagrante intento de censura.

... la conspiranoia de cada época, por muy desfasada que pueda parecernos en ocasiones, suele revelar las claves menos evidentes del contexto histórico en que fue formulada. Es un compendio de miedos y ansiedades sociales, un constructo paranoico que da forma concreta a los monstruos (reales o imaginarios) de cada tiempo. Sus afirmaciones podrán ir muy desencaminadas —o no—, pero es evidente que diseccionarlas resulta interesante si se quiere acceder a una suerte de «historia fantasmática» de la modernidad. Un universo paralelo donde todas las sospechas acerca del poder se hacen realidad y el Mal triunfa sobre la población indefensa. Narrativas de David contra Goliat para explicarnos a nosotros mismos.

En el mundo poscovid-19, esas narrativas pasan de forma clara por el aislamiento, así como por sus consecuencias psicológicas a medio y largo plazo. Se ha dicho por activa y por pasiva que el peor momento para que estalle una pandemia es uno donde la verdad no es un elemento absoluto, así que es sencillo imaginar la escena: gente cada vez más sola, consumida por la distancia social y la pérdida devastadora de sus seres queridos, que, al mismo tiempo, se expone a elaboradísimas teorías que detallan cómo, en realidad, todo esto no es consecuencia inevitable de un mundo fuerade control, por muy irracional que pueda parecernos desde nuestras respectivas atalayas, sino un plan de dominación a gran escala que nos utiliza a nosotros, los ciudadanos de a pie, como peones inconscientes.

En el fondo, se trata de decidir: la entropía o Bill Gates. Abstracción o concreción. Caos narrativo u orden conspiranoico. La aceptación de que existen dinámicas universales que escapan por completo al control humano o la idea de un supervillano a quien culpar de todo. Al fin y al cabo, la existencia de un enemigo colectivo siempre ha sido la salsa de ajo en la cocina de la Historia.

Noel Ceballos, El pensamiento conspiranoico, Barcelona, Arpa 2021

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