El cor de les certeses.







Solemos caer en un razonamiento circular: definimos como sentido común un conjunto de afirmaciones con las que todas las personas sensatas estarán de acuerdo, y las personas sensatas son aquellas que poseen nuestro mismo sentido común. En general, son verdades que no se razonan, se amurallan.

Los sesgos del conocimiento humano son la base de nuestra empecinada tendencia al autoengaño. Aun así, el error es valioso: puede hacernos conscientes de nuestras lagunas y abrir ventanas a lo nuevo e inesperado. Del mismo modo que los cantantes han de identificar dónde desafinan, es beneficioso entender que, con frecuencia, estamos equivocados. Saber lo que no sabemos es el preludio de cualquier avance, y el bisturí que disecciona los dogmatismos.

Acusar de ignorante a un individuo, una cultura o un periodo histórico es síntoma de arrogancia, ya que siempre hay demasiado por saber. Sin embargo, lo verdaderamente peligroso es la ignorancia activa, o sea, la resistencia a ciertas ideas y hallazgos científicos. No querer saber, apasionadamente. Cerrar las ventanas mentales, inmovilizarnos y levantar defensas compactas contra conocimientos inquietantes. Proteger la herida oculta de nuestras inseguridades. Todos consideramos nuestras opiniones una extensión de nuestro propio yo, una extremidad más —sobre todo, si son extremas—. Cuando alguien las ataca o desacata, sentimos que ha lastimado algo íntimo: el corazón de las certezas.

Irene Vallejo, Lo que sabemos sobre la ignorancia, El País 09/03/2025


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