Pròleg al llibre "Los engreídos" de Sahra Wagenknecht
Por más que en EEUU las fracturas sean más profundas y las contradicciones sociales particularmente grandes, por más que los ánimos caldeados representen un peligro no insignificante, visto que muchos ciudadanos estadounidenses tienen armas, América no es un caso aislado. No es inverosímil, por desgracia, que en el futuro se puedan replicar aquí las imágenes que hoy provienen de EEUU, como reflejos de un espejo cóncavo… a menos que no tengamos el coraje de tomar un nuevo camino lo antes posible. También Alemania, de hecho, está profundamente fracturada. También en nuestro país la cohesión social se está disolviendo. También en nuestro país, las que antes eran comunidades unidas se ven a menudo afectadas por divisiones y hostilidad. Bien común y sentido cívico son términos prácticamente desaparecidos del vocabulario cotidiano. Lo que definen ya no parece hecho para nuestro mundo.
Adiós argumentos, aquí están las emociones.
Con la pandemia, la situación ha empeorado ulteriormente. Mientras millones de personas con trabajos a menudo mal pagados seguían haciendo todo lo posible por mantener en pie nuestra vida social, en muchos medios, en Internet, en Facebook y Twiter reinaba una atmósfera de guerra civil. Una fractura capaz de dividir familias y de terminar con amistades. ¿Estás a favor o en contra del confinamiento?, ¿Usas la app de trazado?, Pero de verdad, dice, ¿de verdad usted no quiere vacunarse? Quien puso en duda, aunque sólo fuera parcialmente, el sentido y la utilidad de cerrar guarderías y escuelas, restaurantes, comercios y muchas otras actividades, se ha visto acusar y definir como indiferente ante la muerte de tantas personas. Quien, al mismo tiempo, reconocía la peligrosidad del nuevo coronavirus, era agredido de la misma manera por quienes veían en cada medida adoptada un medio para sembrar el pánico. ¿Y el respeto por aquel que piensa diferente?, ¿y la reflexión ponderada sobre los argumentos? Olvidémoslos. En lugar de discutir entre nosotros, hemos estado a ver quién gritaba más.
Sin embargo, nuestra sociedad no ha perdido la cultura de la discusión con la llegada de la pandemia. En el pasado ya había habido debates controvertidos que se condujeron de forma similar. Es decir, moralizando en lugar de argumentar. Un concentrado de emociones ha sustituído a los contenidos y a los motivos. El primer debate en el que salió esto a la luz fue sobre la inmigración y sobre la política a adoptar con respecto a los inmigrantes, tema que, luego de la apertura de las fronteras alemanas en otoño de 2015, ha ensombrecido al resto durante casi tres años. Entonces la narración del gobierno no hablaba de confinamiento, sino de la cultura de acogida, y las objeciones eran tan desagradables como las expresadas durante la pandemia. Mientras el pensamiento político dominante, a su vez, tachaba de racista a quien manifestaba preocupación o señalaba a los problemas derivandos de una inmigración incontrolada, en el frente opuesto del alineamiento político se formaba un movimiento que temía el ocaso de Occidente. El tenor y los tonos de la discusión tenían más o menos la misma acritud que ha caracterizado el debate sobre cuál era la política adecuada para hacer frente a la difusión del coronavirus.
No mucho más objetivo ha sido el debate sobre el clima que dominó el 2019. Entonces no se temía el ocaso de Occidente, sino el de la entera humanidad. Los ecologistas que consideraban oportuno reaccionar con pánico, combatían contra verdaderos y presuntos negacionistas de la crisis climática. Una lucha que no se ha ahorrado a quien seguía andando con su diesel, quien compraba la carne en las grandes superficies o a quien podía permitirse pagar más la energía y los carburantes. Mientras, en el Bundestag, el que se había convertido en el mayor partido de la oposición, Alternative für Deutschland (AfD, Alternativa por Alemania), respondía a ritmo de cañonazos contra la “sucia dictadura de la opinión de los verdes-izquierdosos”.
Ciertamente, parece que nuestra sociedad haya desaprendido a discutir de sus problemas sin agredir y con un mínimo de educación y respeto. Hoy, quien sustituye la disputa democrática entre ideas, son los rituales emotivos de la indignación, de la difamación moral y del odio evidente. Todo esto da miedo. De hecho, el paso de la agresión verbal a la violencia, es corto, como también nos demuestran los asuntos estadounidenses. Surge entonces una pregunta: ¿de dónde viene la hostilidad que ya parte nuestra sociedad en casi todos los temas de mayor importancia?
¿Quién envenena a la opinión pública?
La clásica respuesta a esta pregunta, recita: la culpa es de la derecha en ascenso. Es culpa de políticos como Donald Trump, que con sus agresiones verbales y sus tweet malévolos ha enfrentado entre sí a la gente sembrando resentimiento y discordia. Es culpa de partidos como AfD, que fomentan el odio y difunden campañas denigrantes. Es culpa, por último, de las redes sociales, que funcionan como gigantesca caja de resonancia de falsedades y comentarios de odio, y que consienten a los usuarios moverse sólo en su propia burbuja.
Ésto es cierto. Sin duda, los políticos de extrema derecha contribuyen a envenenar el clima político. Después de Donald Trump, los EEUU son un país todavía más fracturado que los EEUU antes de Donald Trump. Si el político de AfD Björn Höcke querría, sin mucha ceremonia, “ausschwitzen” (verbo que, literalmente significa “expulsar sudando”, pero aparece fonéticamente como la transformación en verbo del nombre “Auschwitz”, NdT) a quien piensa de forma diferente, a nosotros se nos pone la piel de gallina. También es cierto que las redes sociales favorecen la agresividad y los comportamientos más bajos porque están hechos precisamente para ésto. Todo ello no ha mejorado nuestra cultura de la discusión. Sin embargo, ésta es sólo parte de la explicación. La verdad, de hecho, es que la opinión pública no es envenenada sólo desde la derecha. Una derecha más fuerte no es la causa, sino sólo el producto de una sociedad profundamente desgarrada. No habría habido ningún Donald Trump y ningún AfD si los adversarios de ambos no hubiesen preparado el terreno para su advenimiento.
Han preparado el ascenso de la derecha desde el punto de vista económico, destruyendo las garantías sociales, liberando a los mercados de cualquier restricción y ampliando hasta el extremo las disparidades sociales y la incertidumbre económica de los ciudadanos. Sin embargo, muchos partidos socialdemócratas y de izquierda, han apoyado el ascenso de la derecha desde el punto de vista político y cultural, alineándose con los vencedores mientras que muchos de sus portavoces invitaban a despreciar los valores y la forma de vivir del que antes era su electorado, con sus problemas, sus protestas y su rabia.
El liberalismo de izquierda, un nombre engañoso.
En la visión del mundo de estas nuevas izquierdas, que han cambiado su alineamiento, hace tiempo que se ha consolidado la expresión liberalismo de izquierda. El liberalismo de izquierda, en el sentido actual del término, es objeto de la primera parte de este volumen. Se trata de una corriente político-intelectual relativamente joven que sólo en las últimas décadas ha empezado a arraigar en la sociedad. Sin embargo, la expresión liberalismo de izquierda, y todavía más el término alemán Linksliberalismus, son términos engañosos porque recuerdan o contienen la palabra “liberalismo” y la palabra “izquierda”. Bien mirado, de hecho, la corriente que designa no es ni de izquierdas ni liberal, sino que contradice la orientación de fondo de ambos alineamientos.
Una reivindicación importante del liberalismo, por ejemplo, es la tolerancia frente a opiniones diferentes. Sin embargo, el típico liberal de izquierdas es justo lo opuesto: extrema intolerancia hacia quien no comparte su visión de las cosas. Y si, tradicionalmente, el liberalismo combate por la igualdad jurídica, el liberalismo de izquierda lucha por las cuotas y la diversidad. Por lo tanto, por un trato desigual de los diferentes grupos.
De la ideología de izquierda siempre ha formado parte el compromiso sobre todo a favor de quien está en dificultades y se ve negar por la sociedad un nivel más alto de instrucción, de bienestar y mejores perspectivas de crecimiento. Sin embargo, el liberalismo de izquierda tiene su base social en la clase media acomodada y licenciada de las grandes ciudades. Ésto no significa que cualquier licenciado con una buena renta, residente en una gran ciudad, sea un liberal de izquierda. Pero en este ambiente el liberalismo de izquierda es familiar y de esta clase relativamente privilegiada vienen sus líderes de opinión. Los partidos liberales de izquierdas, a su vez, se dirigen sobre todo a los ciudadanos más instruídos y acomodados, que representan su base electoral.
Los liberales de izquierda, por tanto, no son dos cosas: no son liberales socialistas, y por lo tanto liberales interesados no sólo en la libertad, sino también en la responsabilidad social. Liberales como muchos de los que, durante mucho tiempo, encontraron su casa en el Freie Demokratische Partei (FDP, Partido Liberal Democrático), y probablemente hay incluso más de ellos fuera del propio partido. No tienen nada que ver con el liberalismo de izquierda actual. Además, los liberales de izquierda tampoco son liberales progresistas y, en consecuencia, hombres de izquierda que rechazan las tradiciones totalitarias e iliberales. Este libro representa expresamente la defensa de una izquierda liberal y tolerante en lugar de esa corriente de pensamiento iliberal que hoy muchos definen como izquierda. Por lo tanto, no se hablará de izquierda liberal en el sentido estricto del término: en este libro se habla sólo de liberalismo de izquierda.
Iliberalismo e intolerancia
El liberalismo de izquierda ha contribuído mucho al declive de nuestra cultura del debate. La intolerancia de los liberales de izquierda y de los discursos cargados de odio de la derecha son vasos comunicantes: la una necesita a los otros y viceversa, la una refuerza a los otros y viceversa, la una vive gracias a los otros y viceversa. Da igual si se habla de política migratoria, de cambio climático oo de coronavirus, el modelo siempre es el mismo: la superioridad de los liberales de izquierda hace ganar terreno a la derecha.Y cuanto más gritan las campañas denigrantes de esta última, más reforzado en su posición se siente el liberal de izquierdas. ¿Los nazis están contra la inmigración? entonces, en el fondo, en el fondo, ¡cualquier crítico de la inmigración es un nazi!, ¿Los negacionistas de la crisis climática rechazan la carbon tax?, ¡entonces están a la altura de los que critican el aumento de precios de los carburantes y de los combustibles!; ¿Los complotistas defienden fake news sobre la pandemia?, ¡quien considera que el confinamiento es una respuesta equivocada seguramente también esté influenciado por las teorías conspiracionistas! En breve, quien no esté con nosotros es de derechas, es un negacionista del cambio climático, es un conspiracionista…. Ahí está cómo funciona el mundo de los liberales de izquierda.
Hoy, a causa de estas actitudes en el debate, a los ojos de muchos, la izquierda ya no lucha por la justicia, pero sobre todo se trata de su presunción, un estilo de confrontación ante el que muchos se sienten ofendidos, moralmente humillados y rechazados.
En el verano de 2020, 153 intelectuales de varios países, entre los que figuran Noam Chomsky, Mark Lilla, J.K. Rowling y Salman Rushdie, atacaron, en una carta abierta, la intolerancia y el iliberalismo de los liberales de izquierda. Aquí está su acusación: “El libre intercambio de información e ideas (…) se reduce día tras día. De la derecha radical nos lo esperaríamos, pero también en nuestra cultura se difunde cada vez más una atmósfera de censura” Los firmantes de la carta constataban con preocupación “la intolerancia hacia quien piensa diferente, la condena pública y la discriminación, además de la tendencia a transformar cuestiones políticas complejas en certezas morales”. Luego indicaban las consecuencias: “pagamos un precio alto por todo esto: escritores, artistas y periodistas, de hecho, ya no arriesgan nada, obligados a temer por su propio sustento apenas se alejan del consenso común y dejan de seguir al rebaño”1
La derecha y los liberales de izquierda, sin embargo, no se parecen sólo por la intolerancia. También desde el punto de vista de los contenidos, derecha y liberales de izquierda no están en neta oposición. La derecha, en su concepción original, es apoyo a la guerra, al desmantelamiento del Estado Social y a la desigualdad. Son posiciones compartidas por muchos Verdes y por muchos socialdemócratas liberales de izquierda. No es de derechas, sin embargo, decir que se explota a los inmigrantes por el dumping salarial y que no es posible enseñar en una clase en la que más de la mitad de los alumnos no habla alemán, o que también nosotros, en Alemania, tenemos un problema con los extremistas islámicos. Consciente o inconscientemente, una izquierda que rechaza la confrontación realista con los problemas como algo de derechas, es precisamente a la derecha a la que ofrece una excepcional ayuda.
Perder la cohesión.
Quien quisiera entender los motivos del nacimiento del liberalismo de izquierda o del declive de nuestra cultura de la confrontación, debe considerar las causas más profundas de la creciente fragmentación de nuestra sociedad. Debe ajustar cuentas con la pérdida de seguridad y de cohesión vinculada al desmantelamiento de los Estados sociales, con la globalización y con las reformas del liberalismo económico.
En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, se asistió en todos los países occidentales a una larga fase de recuperación económica. Entonces, la mayoría de la población miraba con optimismo al propio futuro y al de sus hijos. Hoy, hablando de futuro, domina el miedo y muchos temen que a sus hijos les vaya todavía peor. Los motivos de preocupación no faltan. Estamos atrasados en el escenario internacional desde el punto de vista económico. Las tecnologías del futuro nacen cada vez más a menudo en otras naciones. La economía europea y la economía alemana se arriesgan a terminar destrozadas en el choque entre China y EEUU. Paralelamente, en los países occidentales han crecido enormemente las desigualdades mientras que las garantías sociales, en caso de enfermedad, desempleo o vejez se han reducido.
Las reglas del juego para los vencedores
Quien se lleva lo peor debido a un capitalismo globalizado y carente de reglas, es sobre todo la llamada gente común. La renta de muchos ya hace años que no aumenta, lo que obliga a estas personas a una lucha sin tregua para mantener su nivel de vida. Si hace unas décadas los hijos de familias desfavorecidas tenían todavía posibilidades concretas de ascenso social, hoy el nivel de vida individual está determinado sobre todo por la familia de procedencia.
Actualmente ganan sobre todo los propietarios de grandes patrimonios financieros y empresariales. Su riqueza y su poder económico y social han crecido muchísimo en las últimas décadas. Entre los ganadores, sin embargo, está también la nueva clase media de licenciados de las grandes ciudades, el ambiente en el que el liberalismo de izquierda se encuentra en casa.
El ascenso social y cultural de esta burguesía es reconducible a los mismos cambios políticos y económicos que han hecho la vida difícil a los operarios industriales y a los empleados del sector servicios, pero también a muchos artesanos y pequeños empresarios. Sin embargo, quien está en el carro de los ganadores tiene otra visión de las reglas del juego, obviamente, diferente de la de aquellos que cogieron la carta perdedora.
Mientras que las diferencias de renta, de perspectiva y de mentalidad aumentaban cada vez más, crecía al mismo tiempo la distancia física. Si hace medio siglo los ciudadanos acomodados y los menos privilegiados compartían a menudo barrio y sus hijos eran compañeros de pupitre en la escuela, la explosión de los precios de los inmuebles y el aumento del precio de los alquileres hizo que hoy los acomodados y los menos privilegiados vivan en barrios diferentes. En consecuencia, han disminuído los contactos, las amistades, la convivencia o los matrimonios que van más allá del propio ambiente social.
En la burbuja de su propia clase.
Es en este aspecto en el que hay que identificar las causas más importantes de la destrucción de la cohesión social y de la hostilidad creciente. Dos personas que vienen de ambientes sociales diferentes tienen cada vez menos cosas que decirse, precisamente porque viven de formas diferentes. Si los burgueses licenciados y acomodados de las grandes ciudades todavía pueden cruzarse en la vida real con alguien menos afortunado, lo hacen sólo gracias al precioso trabajo de mediación del sector servicios, que les puede ofrecer quien les haga la limpieza de casa, quien le lleva los paquetes y quien les sirve el sushi en el restaurante.
Las burbujas no existen sólo en las redes sociales. Cuarenta años de liberalismo económico, de desmantelamiento del Estado social y de globalización, han fragmentado las sociedades occidentales hasta tal punto, que la vida real de muchos ya sólo se mueve en la burbuja en la que se sitúa su propia clase. Nuestra sociedad, aparentemente abierta, está en realidad llena de muros. Muros sociales que, respecto al siglo pasado, hacen mucho más difícil para los hijos de las familias más desfavorecidas, acceder a la instrucción, el ascenso social y la consecución del bienestar. Y también muros de indiferencia, que protegen a quien no conoce otra cosa que una vida de abundancia de quien sería feliz sólo con poder vivir sin miedo al mañana.
Fuera las fracturas, fuera los miedos.
Ahora que la vida se ha hecho mucho más incierta y el futuro más imprevisible, la confrontación política pone en juego una cantidad mucho mayor de miedos. Y que el miedo sea capaz de endurecer el clima de las discusiones nos lo demostró el enfrentamiento sobre la política a adoptar para contrarrestar la pandemia, cuya particular agresividad estaba, naturalmente, vinculada al hecho de que el coronavirus es una enfermedad que puede llevar a la muerte a muchos ancianos y, en determinados casos, también a sujetos más jóvenes. Por el contrario, los largos confinamientos han hecho que muchos temiesen por su propia supervivencia social, por su propio puesto de trabajo o por el futuro de la empresa que gestionaron toda su vida. Quien tiene miedo se hace intolerante. Quien se siente amenazado no quiere discutir, sólo quiere resistir. Es comprensible. La situación se hace mucho más peligrosa cuando los políticos descubren que se puede hacer política, precisamente, alimentando estos miedos. Y no sólo la derecha hizo esta reflexión, con certeza.
Una política responsable debería hacer justo lo contrario, debería ocuparse de eliminar las divisiones y el miedo al futuro y de garantizar más seguridad y protección. Debería introducir cambios que detengan la disminución de la cohesión social y que obstaculicen el inminente declive económico. Un ordenamiento económico en el que la mayoría de los ciudadanos piensa que el futuro será peor que el presente no es un ordenamiento capaz de garantizar el futuro. Una democracia en la que una notable parte de la población no tiene voz ni representación, no puede llamarse tal.
Podemos producir de forma diferente, de forma más innovadora, más ligada al territorio y de forma más sostenible para el medio.Y podemos distribuir lo producido de mejor manera y más meritocrática. Podemos hacer democrática nuestra colectividad, en lugar de dejar que un grupo de intereses para el que sólo cuenta su beneficio decida sobre nuestra vida y sobre nuestro desarrollo económico. Podemos volver a una convivencia positiva y solidaria que, en definitiva, beneficie a todos: a quien en los últimos años han perdido y que hoy tienen miedo al futuro, pero también a quien le va bien, pero que no quieren vivir en un país fracturado que se arriesga a acabar como los EEUU de hoy. En la segunda parte de este libro presentaremos algunas propuestas y la perspectiva de un nuevo camino hacia un futuro común.
Hablar a la mayoría.
Con este libro, naturalmente, he ilustrado también las líneas de separación que en 2019 contribuyeron a mi dimisión como presidenta del grupo parlamentario. No habría escrito ningún libro si está discusión no hubiese ido mucho más lejos de Die Linke, el partido de la izquierda alemán. Para mí es una tragedia constatar cómo la mayoría de los partidos socialdemócratas y de izquierda ha tomado la demente vía del liberalismo de izquierda, que vacía teóricamente a la izquierda de cualquier significado y aleja a grandes porciones de su electorado. Una vía demente que cimienta la centralidad del neoliberalismo pese a que desde hace tiempo, entre la gente, la mayoría está por una reglamentación racional de los mercados financieros y de la economía digital, por mayores derechos para los trabajadores y por una política industrial inteligente, orientada al mantenimiento y a la potenciación de una clase media fuerte.
En lugar de dirigirse a estas mayorías con un programa atractivo a sus ojos, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD, Partido Socialdemócrata de Alemania) y Die Linke han ayudado a AfD a ganar, transformándolo en el “mayor partido obrero”. Aceptaron incluso los Verdes, hasta con sumisión, como vanguardia intelectual y política. Se alejaron así de la posibilidad de formar una mayoría ellos solos.
En este libro se hablará también de todo lo que significa ser de izquierdas en el S.XXI. Un ser de izquierdas más allá de los clichés y de los slogan de moda, lo que para mí también significa preguntarse: ¿qué debe aprender la izquierda de un conservadurismo ilustrado? Creo que las líneas programáticas que se esbozan en la segunda parte son las de un verdadero partido popular y social. Un partido que contribuya no a una ulterior polarización de la sociedad, sino a la revitalización de valores comunes.
Este libro sale en un clima político en el que la cancel culture ha sustituído a la confrontación leal. Lo hago sabiendo que podría terminar también yo cancelada. Sin embargo, en el fondo, Dante, en la Divina Commedia, a los que en tiempos de profundos cambios se “abstienen”, a los “ignorantes”, precisamente les reservó el nivel más bajo del Infierno…
1Die Zeit, 9 julio 2020.
https://sociologiacritica.es/2023/11/05/prologo-a-die-selbstgerechten-sahra-wagenknecht/
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