La logificació de la Intel·ligència (Xavier Zubiri)
Algunos celebran la inteligencia artificial como un salto revolucionario; otros la ven como una amenaza. Pero el terreno común bajo tanto asombro como ansiedad es la incertidumbre. Dudamos, no solo estratégicamente, sino conceptualmente. Si supiéramos claramente qué es la inteligencia humana, no seríamos tan rápidos en compararla con el procesamiento de máquinas. La idea de que las máquinas podrían pronto igualarnos o incluso superarnos solo tiene sentido si hemos olvidado la naturaleza de lo que somos.
Esta olvido no es nuevo, ni es superficial. Está profundamente arraigado en la historia intelectual de Occidente. Nuestra confusión actual en torno a la Inteligencia Artificial—sobre qué es y si realmente es inteligente—es la manifestación más reciente de un error mucho más antiguo: un desliz conceptual que comenzó hace más de dos mil años. No nos despertamos un día pensando que la inteligencia era procesamiento de información. Heredamos esa idea.
Esto es lo que Xavier Zubiri (1898–1983) buscó desafiar. Nacido en San Sebastián, fue uno de los raros filósofos puros del siglo XX—fieramente metafísico, pero rigurosamente fundamentado. Estudió bajo Heidegger en Friburgo en 1929, conoció a Einstein en Madrid en 1923 y nuevamente en Berlín en 1930, y se hizo amigo de Heisenberg, Planck y Schrödinger durante su tiempo en Alemania.
La filosofía de Zubiri, de hecho, aclara que nuestra confusión actual sobre la inteligencia artificial proviene de una confusión mucho más profunda sobre la nuestra propia.
Hay una larga tradición en el pensamiento occidental de separar la inteligencia del sentimiento, la razón de la sensación. Podemos rastrearla en tres pasos decisivos:
1. Grecia antigua – Platón y Aristóteles.
Para Platón, nous—intelecto—era una facultad racional y divina, completamente distinta de la sensación y la experiencia corporal. Aristóteles fue más matizado, integrando la percepción y el intelecto de manera más fluida, pero incluso en su sistema los sentidos servían al intelecto de manera instrumental. La idea de que el conocimiento podía, y debía, ser purificado de la sensación se afianzó temprano, estableciendo un dualismo que moldearía siglos de pensamiento.
2. Descartes y el siglo XVII.
Con Descartes, la división se sistematiza y se vuelve definitiva. Cogito ergo sum instala el pensamiento como la esencia del yo y define el cuerpo como un autómata. La inteligencia se convierte en un proceso privado e interno—desprendido, desincarnado y autorreferencial. Los sentidos ya no son puertas a la verdad, sino fuentes potenciales de error.
3. La Ilustración y la Ciencia Moderna.
Este legado cartesiano se operacionaliza. La inteligencia se convierte en computación. El conocimiento se formaliza como hechos, datos, métodos y abstracción. El cerebro se convierte en una máquina; la mente se convierte en software. Y una vez que esa metáfora se afianza, el salto a la Inteligencia Artificial ya no es especulativo; se vuelve inevitable de manera autoproclamada.
Toda esta trayectoria, lo que Zubiri llama la “logificación de la inteligencia”, no es simplemente una descalificación: es una reducción. Reduce la inteligencia a su forma más instrumental y calculable. Y al hacerlo, nos ciega a su carácter más esencial: su relación sensible, encarnada y abierta con lo real.
Esta visión alcanzó una claridad grotesca en el siglo XX, cuando regímenes totalitarios como los de Stalin y Hitler abordaron la sociedad como algo que debía ser diseñado: la cultura, la economía, el pensamiento mismo como estructuras programables, que debían ser racionalizadas desde arriba. Trataban a las poblaciones como sistemas a optimizar, donde los individuos no eran más que tornillos y tuercas en un mecanismo más grande. ¿El resultado? Colapso. Porque sin libertad, cualquier sistema se ahoga en su propia rigidez. La vida social y económica surge de la espontaneidad de innumerables actores. Intentar reemplazar esa interacción orgánica con una inteligencia centralizada es como pedir a unas pocas neuronas que gestionen todo el sistema nervioso. El resultado no es eficiencia, es el equivalente neurológico de un derrame.
Fran Santiago, A Reminder of our Sentient Intelligence, Metaphysical Spain 04/04/2025
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