Kant es va equivocar.





Entre los muchos factores que alimentan la crisis de la democracia liberal está su propio descuido de la virtud. Frente al republicanismo, que se afana en la construcción de una excelencia civil reconocible, la tradición liberal propugnó una neutralidad social en la que las instituciones y las reglas nos protegieran de nuestros peores excesos. Se promocionaron las normas, pero se descuidaron los hábitos del corazón. Kant llegó a soñar con la posibilidad de legislar para un pueblo de demonios, y no pocos pensadores confiaron en construir una estructura legal lo suficientemente robusta como para protegernos de nosotros mismos.

El problema es que esa arquitectura institucional perfecta jamás podrá resistir la acción decidida de un fanático o un psicópata. El sueño de desmoralizar la política produce monstruos, y hemos olvidado el factor humano a la hora de construir comunidades. Es imposible garantizar una prosperidad política mínima de mano de representantes mentirosos, narcisistas y desleales que están personalmente destruidos. Hace demasiado tiempo que el proceso de selección de élites opera con una lógica perversa y, a menos que volvamos a exigirnos el cumplimiento de algunas virtudes cívicas mínimas, será imposible recuperar el rumbo. Kant se equivocó: ninguna constitución puede ser suficiente para gobernar a un pueblo de demonios. Y cuando el poder lo ocupa el peor ejemplo moral, el colapso deja de ser una posibilidad para convertirse en un destino.


Diego S. Garrocho, Un pueblo de demonios, El País 07/04/2025

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