La metàfora de l'elefant i el genet.










El psicólogo Jonathan Haidt es el autor de 'La mente de los justos' (Deusto), libro pluralista donde tira de una madeja inmensa de investigaciones psicológicas, neurológicas y antropológicas para averiguar por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. En una época de visceralidad y polarización, donde las posturas parecen irreconciliables en gran parte de las democracias avanzadas, Haidt realiza una investigación a fondo que trata de explicar cómo funciona nuestra toma de decisiones morales.

La conclusión, aunque el autor ofrezca algunas soluciones, resulta descorazonadora. Los experimentos de Haidt ofrecen una foto fija en la que las personas que buscan la verdad en un debate son muy pocas en comparación con las que intentan proteger su reputación. Dicho de otra forma, se detecta una inclinación estadística abrumadora a favor de quienes están programados para comulgar con ruedas de molino y defender a los suyos hagan lo que hagan. Haidt aventura que podría ser el proceso evolutivo lo que nos ha convertido en frentistas cuyo razonamiento trabaja al servicio de la intuición sentimental. Si el ser humano se hizo fuerte en la tierra gracias a la capacidad para cooperar y competir, en las bambalinas de nuestro cerebro quedarían muchos resabios que nos inducen a buscar el favor de nuestros aliados y a ignorar las verdades incómodas.

Para explicar este proceso, el psicólogo utiliza la metáfora del elefante (intuición) y el jinete (razonamiento). Con una serie de casos de laboratorio nos explica cómo el elefante se mueve primero y el jinete busca pretextos racionales para justificar ese movimiento impulsivo a continuación. Por ejemplo, presenta el dilema de un incesto puntual y consensuado entre dos hermanos, adultos, que no deja embarazada a la chica y que aparentemente satisface a ambos sin causarles problemas. Al plantearse esta historia, nuestro elefante se dirigirá casi siempre automáticamente hacia la casilla de “está mal”, y sólo después nuestro empezará nuestro jinete a presentar argumentos de “por qué está mal”. El problema es que, en otros dilemas menos "sucios", donde la disyuntiva es simplemente ideológica, nuestro cerebro parece actuar de la misma forma: nuestro elefante hace el juicio moral y nuestro jinete inventa pretextos para justificarlo. A quien discuta habitualmente en redes sociales no le costará nada encontrar ejemplos.

Las redes, de hecho, han aumentado nuestra división y nuestra visceralidad, y en este sentido uno de los experimentos recogidos por Haidt resulta revelador. Joe Paxton y Josh Greene ofrecieron a los estudiantes de Harvard la historia de incesto que he contado más arriba y les pidieron que la juzgaran después escuchar un argumento que disculpaba a los hermanos. A la mitad les dieron un argumento débil y superficial (“así habrá más amor en el mundo”) y a la otra mitad un argumento más fuerte y racional (“la aversión al incesto está causada por una adaptación evolutiva para evitar defectos de nacimiento, pero dado que ellos usan protección, esta preocupación no es relevante”).

Uno pensaría que los estudiantes se dejaron convencer más por el argumento fuerte que por el débil, pero esto resultó irrelevante en la primera tanda del experimento. El jinete de los sujetos se topó con un enemigo más duro cuando les presentaban el argumento fuerte, pero al jinete no le costó nada encontrar argumentos para justificar el movimiento impulsivo del elefante. Incluso cuando el sujeto se declaraba incapaz de razonar por qué estaba mal ese caso de incesto, la decisión "está mal" estaba tomada desde el principio. 

La sorpresa vino en la segunda tanda del experimento. Esta vez, los sujetos no podían expresar su opinión de inmediato. El ordenador que les planteaba el dilema los obligaba a esperar dos minutos antes de emitir su juicio. Mientras estaban allí sentados, mirando la pantalla, las ráfagas sentimentales de asco moral ante el dilema se iban atenuando. La inclinación del elefante disminuía. Tuvieron tiempo para pensar, y los resultados cambiaron drásticamente. 

Las personas que se habían visto obligadas a “pelear” con el argumento débil condenaron el caso con facilidad pese a tener más tiempo para pensar, mientras que los que tuvieron que vérselas con el argumento fuerte terminaron mostrándose mucho más tolerantes y flexibles. Aunque Haidt no se refiere a las redes en este caso, yo pensé inmediatamente en ellas. 

La dinámica de la red social se basa en la respuesta inmediata. Nos basta un titular o que alguien de nuestra confianza haya manifestado su opinión sobre cualquier asunto para que nuestro elefante se incline y eche a caminar. Sin tiempo para pensar, emitimos nuestro juicio y lo publicamos. Si después nos presentan argumentos razonables, parece que nuestro jinete se esfuerza en encontrar cualquier argumento o falacia que justifique el primer juicio moral. ¿Nos convierten las redes en esclavos de nuestra propia opinión? ¿Están agrandando las divisiones? ¿Son corresponsables de este clima de polarización? 

Pregunté por email a Jonathan Haidt y su respuesta habla por sí sola: “Casi todas las investigaciones sobre razonamiento motivado y pensamiento sesgado involucran a individuos que hacen juicios en forma aislada. Los motivos y sesgos se vuelven mucho más fuertes cuando agregamos una red social, especialmente una en la que hay una posición ortodoxa, y en la que habrá costos sociales graves al cuestionar la ortodoxia. En general, las redes sociales han ampliado enormemente los problemas que discuto en La mente de los justos. La situación para el discurso democrático inteligente es mucho peor ahora que cuando estaba escribiendo el libro, entre 2009 y 2011”.

Juan Soto Ivars, Jinetes y elefantes ..., elconfidencial.com 01/02/2019

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