No hi ha jo sense tu.








Con la Modernidad y con el Romanticismo el “yo” se situó como punto de partida filosófico de la construcción del relato del mundo. No es que antes no se hubiera prestado atención a los misterios del alma, pero se puede decir que es desde entonces que esa palabra tan habitual para nosotros, “yo”, ha ostentado un protagonismo central en nuestra manera de entender la vida. Nos referimos espontáneamente a nosotros mismos como un “yo”, y no como sustancia individual o sujeto pensante, por mencionar otros posibles apelativos presentes en nuestra tradición filosófica. Cuando respondemos al interfono muchas veces decimos “soy yo” y no “soy sujeto pensante”. Y además sabemos que los demás también lo hacen, que ellos son también un “yo”, por eso no nos causa extrañeza cada vez que escuchamos a alguien hablar en primera persona en la cola del supermercado o en el transporte público. Cada cual es para sí su “yo”.

Ahora bien, además del “yo” está también el “tú”. La filosofía dialógica del pasado siglo se encargó de mostrar que no hay “yo” sin “tú”, así que sentirse y afirmarse como un “yo” no debe llevarnos a configurar nuestros mundos como la contraposición entre lo que forma parte de cada “yo” y lo que no (el “no-yo”). Anterior a toda contraposición es la relación, lo que significa que sin presuponer esa relacionalidad esencial no sería posible confrontarse con nada ni nadie. Al principio está la relación, sugiere Martin Buber en su Yo y tú, un breve libro que acaba de cumplir un siglo desde su publicación (1923), de manera que no puede haber una afirmación del “yo” que no implique al mismo tiempo la coafirmación del “tú”.

Llevado esto al terreno de la confianza significa que sí, en efecto, es fundamental ejercitar la confianza en uno mismo, pero no menos lo es aprender a hacerlo en comunidad. Entre otras cosas porque confiar es, como apunta la propia palabra, tener fe en conjunto. Vista así, la confianza emerge de lo profundo y llama a lo profundo, y en un ecosistema socio-cultural saturado de mensajes atomizadores donde cada cual tiene que querer y poder hacerlo todo a solas, confiar en sus múltiples dimensiones es en cierto modo ir a contracorriente. Tenemos al “yo” exacerbado y demasiado pendiente de sí mismo, como si la autonomía fuese posible sin contar con la de los demás, ni depender de nada ni de nadie. Cuando resulta que lo que nos define es que todos emanamos vulnerabilidad.

Miquel Seguró, Confiar en uno mismo es importante ..., El País 24/01/2024

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