Sobre la timidesa.




Podríamos definir la timidez como un temor ante cualquier situación de evaluación social: ser observado, conocer a personas desconocidas, hacer un examen, negociar, seducir, etc. Cualquiera puede sentir un poco de incomodidad en estos momentos, pero los tímidos experimentan muchas más dificultades. Desde incomodidad física: el corazón les late con fuerza, las manos les sudan, hablar se les hace complicado, etc.; hasta incomodidad emocional, pasando por malestar psicológico. Así que al final adoptan lo que llamamos conductas de evitación: evitan hacerse notar en situaciones sociales, permanecen callados, apartados, inhibidos. O directamente evitan estas situaciones por completo.

Cuando estamos emocionados es normal que nuestro rostro pueda enrojecerse un poco, lo cual no es grave: normalmente no dura mucho, la mayoría de las veces los demás no lo notan y, si lo hacen, suelen ser comprensivos. Pero algunas personas tímidas están convencidas de que ese sonrojo las vuelve ridículas, las hace inferiores y las expone a la burla. Entonces se estresan, lo que aumenta aún más su enrojecimiento. Con el tiempo corren el riesgo de adoptar conductas de evitación, ya que ese ponerse rojo se convierte en una obsesión en la que piensan todo el tiempo.

Si la timidez es tan frecuente es porque ha tenido una utilidad en el desarrollo y la supervivencia de la especie humana. La timidez nos recuerda que la relación con los demás, especialmente frente a desconocidos o grupos, siempre puede ocultar un peligro. Los tímidos simplemente sienten este miedo ancestral con más intensidad que los demás. Pero el miedo a los demás no es un miedo absurdo, solo hay que aprender a utilizarlo adecuadamente: saber cuándo es mejor mantenerse un poco al margen y cuándo es necesario superarlo.

Vivimos en una sociedad en la que los extrovertidos, los dominantes y los narcisistas tienen el poder. Las normas sociales exigen tener confianza en uno mismo, no tener miedo de nada ni de nadie. O al menos, aparentarlo. Por eso, los tímidos se sienten inadaptados en una sociedad así, como inferiores a los demás. Sin embargo, la sociedad necesita la dulzura y la delicadeza de los tímidos. ¡Imagine un mundo en el que todos los humanos tuvieran el mismo cerebro que Donald Trump o Elon Musk, un mundo lleno de narcisistas nada tímidos, sino egoístas y agresivos! A menudo las personas tímidas son más bondadosas que las demás, más atentas y empáticas. Saben escuchar. No buscan acaparar toda la atención, y en caso de éxito, son capaces de compartirlo y de reconocer lo que otros les han brindado o permitido.

A menudo hay una pequeña parte genética en la timidez, relacionada con la hiperemotividad ante lo desconocido, ya sean personas o situaciones. Los tímidos suelen ser muy sensibles, muy emotivos desde el nacimiento frente a todo lo nuevo, y necesitan más tiempo que los demás para acostumbrarse a situaciones o personas desconocidas. Esto se observa en algunos niños desde muy temprano. No obstante, la educación y las experiencias de vida juegan un papel importante: si se ofrece a los niños tímidos oportunidades para ganar confianza, acercarse a los demás, comprender que pueden tener éxito y ser apreciados siendo discretos y reservados, entonces su timidez se quedará solo como una sensación interna y no les impedirá hablar, exponerse a las miradas o imponerse.

Podemos ayudar a nuestros hijos siendo nosotros mismos sociables. Si nos ven hablar fácilmente con todo el mundo, si les alentamos a hacer deporte o teatro, o a invitar a sus amigos a casa, si les ayudamos a expresar sus emociones, a no tener miedo de ser sensibles, les estaremos poniendo en el buen camino. Por regla general, cuando un padre ha sido tímido, a menudo sabe cómo puede ayudar a su hijo.

Para los psiquiatras, la timidez se vuelve anormal —se habla entonces de “fobia social”— a partir de varios criterios. Por un lado, la intensidad del sufrimiento emocional: ya no se trata solo de la incomodidad de la timidez, sino de verdaderas crisis de angustia o pánico ante la idea de hablar en público o de pasar una entrevista de trabajo. Por otro lado, el número de evitaciones: los tímidos tienen aprensiones, pero a menudo se esfuerzan por enfrentar las situaciones, aunque suelen estar inhibidos y en un segundo plano. Las personas con fobia social huyen de la mayoría de las situaciones sociales. En tercer lugar, las consecuencias sociales, ya que, debido a estas evitaciones, la vida de las personas con fobia social es muy complicada y suele estar marcada por los fracasos profesionales y la soledad amistosa y sentimental. Y, por último, la desvalorización de uno mismo. Los tímidos dudan de sí mismos, pero también son conscientes de que tienen cualidades; en la fobia social, sin embargo, hay un colapso total de la autoestima, se juzgan muy severamente y se desvalorizan por completo.

Poco a poco, cuando somos tímidos, aprendemos a actuar a pesar de nuestra timidez, conviviendo con ella y logrando que se note cada vez menos. Los tímidos que hacen estos esfuerzos se convierten en “antiguos tímidos”: siguen siendo sensibles a las críticas por dentro, pero se afirman y enfrentan a la sociedad.

Hasta ahora son las terapias cognitivo-conductuales las que han aportado más pruebas científicas de su eficacia. Se trata siempre de un trabajo progresivo, por etapas. Al principio, se reflexiona sobre las causas de la timidez, para entenderla y aceptar que no es una inferioridad, sino una simple dificultad. Y muy pronto se pasa a ejercicios prácticos: participar en terapias de grupo donde se habla frente a los demás para expresar las emociones, aprender a pedir y a rechazar, a responder a las críticas, a aceptar nuestras emociones y nuestra sensibilidad, etc. Además, también se puede aprender a calmar el cuerpo y la mente a través de la meditación.

Adrián Cordellat, entrevista a Christophe André, psiquiatra: "La sociedad necesita la dulzura y la delicadeza de los tímidos", El País 12/10/2024


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