Aprenentatge i emocions.
Los humanos reaccionamos emocionalmente, con sentimientos positivos o negativos, ante nombres o imágenes de personas, lugares o cosas con los que no necesariamente estamos familiarizados, sin que muchas veces sepamos o entendamos bien por qué. Quien siente animadversión o afecto ante una determinada persona, como un político o un deportista, o ante un medio de comunicación, una melodía, una obra de arte o una ciudad o lugar concreto, no siempre será capaz de explicar por qué, es decir, no siempre podrá aportar razones lógicas y convincentes de esas emociones suscitadas. Pero, perro de Pavlov salivando, esas emociones resultan trascendentes porque son estímulos o reflejos condicionados que secuestran nuestra conducta, impidiéndonos actuar contra ellas.
La neurociencia ha descubierto los mecanismos que hacen posible los reflejos condicionados, también llamados condicionamiento clásico o pavloviano, el cual ha sido especialmente estudiado por el investigador norteamericano Joseph LeDoux en la rata de laboratorio. En su experimento básico se hace sonar un tono acústico inmediatamente antes de que el animal reciba una pequeña descarga eléctrica en sus patas a través de las barras que forman el suelo de su jaula. Si esa secuencia tono-descarga se repite varias veces, la rata acaba asociando el tono a la descarga y en cuanto lo oye se queda inmóvil, congelada, es decir, aprende que el tono indica la inminente llegada de la descarga eléctrica a sus patas y entonces siente miedo, una forma de memoria emocional. El tono, que es inicialmente un estímulo neutro, se convierte así en un estímulo condicionado, capaz de inducir miedo en la rata incluso cuando no va seguido de la descarga eléctrica.
Los cambios que origina ese aprendizaje del miedo tienen lugar en la amígdala, estructura del lóbulo temporal del cerebro de los mamíferos. En ella están las neuronas donde converge la información del tono con la información de la descarga eléctrica. Cuando esa convergencia ocurre repetidamente, las sinapsis o conexiones de esas neuronas son potenciadas e incrementan por ello su capacidad para activar a nuevas neuronas también de la amígdala que son las que actuando sobre otras partes del encéfalo generan la respuesta de miedo, es decir, la inmovilidad del animal, el aumento de su frecuencia cardíaca y la liberación en la sangre desde sus glándulas suprarrenales de hormonas como la adrenalina y la corticosterona. Ese conjunto de respuestas conductuales y fisiológicas actúan también simultáneamente sobre la corteza cerebral del animal, generándole o potenciando un sentimiento concomitante de miedo supuestamente parecido al que experimentamos los humanos en situaciones equivalentes.
Ese mecanismo, universal en los mamíferos, explica que las personas podamos tener respuestas emocionales de miedo cuando una situación de peligro, real o imaginado, como el accidente del vehículo en el que viajamos, la pérdida de un trabajo o una ruptura sentimental queda asociada en la amígdala cerebral a las personas o al lugar donde ocurrieron esos hechos. De ese modo se forma una memoria emocional que hará que esos estímulos, como las personas o lugares asociados, susciten miedo o animadversión en el futuro cuando nuevamente los imaginemos o aparezcan en nuestra presencia, sin que necesariamente estemos viviendo la situación negativa original. Esa emoción condicionada, que también puede darse en relación con hechos o circunstancias positivas, es la que secuestra nuestro comportamiento, haciéndonos rechazar o alejarnos de las personas o los sitios implicados en el condicionamiento negativo original. Pavlov lo supo ver antes que nadie.
Ignacio Morgado Bernal, Pavlov lo vio antes que nadie: así nos secuestran las emociones, El País 14/10/2024
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