El llenguatge i el pensament dominant.
Los sabios proclaman con énfasis que la lengua es un ser vivo y luego le
niegan el principal atributo de los seres vivos: el sexo. Nos quejamos de que la
gente confunda el sexo con el género, pero ni los gramáticos ni los biólogos se
dignan explicar las razones de dicha confusión. Prefieren despacharla como un
problema de ignorancia colectiva en el que no vale la pena detenerse. Está
además ese raro empeño de los gramáticos en demostrar que el pensamiento
dominante de la tribu no deja rastros en sus usos lingüísticos, lo que choca con
la experiencia de todos los días. Miren, el discurso de una persona triste suele
también ser triste. Pero bueno, podría ser, podría ocurrir, vale, que en un país
donde no hay apenas directoras de periódicos, ni presidentas de bancos, ni
académicas de número, en un país donde las mujeres cobran por el mismo trabajo
menos que los hombres, o donde las tareas del hogar, según las encuestas,
continúan fatalmente repartidas, podría suceder, decíamos, que la corriente de
pensamiento que ha conducido a tal situación no se reflejara para nada en el
vehículo de las ideas, que son las palabras. En tal caso, deberíamos deducir que
la lengua, además de un ser vivo sin sexo, sería una psicópata, al modo de los
asesinos en serie capaces de disimular su condición hasta el punto de pasar por
gente encantadora. ¡Era tan normal!, exclaman los vecinos cuando la policía
detiene al muchacho que llevaba meses cocinando las vísceras de su novia,
previamente descuartizada y congelada.
A ver si un día de estos nos levantamos y tenemos que decir lo mismo de
nuestra lengua: ¡era tan normal! Entre tanto, sería estimulante que los peritos,
en vez de calificar de idiotas a quienes de un tiempo a esta parte sienten
cierta incomodidad al hablar o ser hablados, se preguntaran por las razones de
tal desasosiego.
Juan José Millás, ¡Era tan normal!, El País, 09/03/2012
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