Sentits vs raó.





Transcribo un texto célebre, atribuido por Galeno a Demócrito, en el que se presenta la irresoluble dialéctica entre esas dos facultades del ser humano que son la capacidad de percepción sensorial y el intelecto. Cuando el intelecto asegura que lo que sustenta las cosas que los sentidos perciben es algo (átomos y vacío) que los sentidos no pueden aprehender, estos le recuerdan que ellos son la única fuente de la cual extrae el intelecto sus evidencias, por lo cual, la derrota de los sentidos por el intelecto equivaldría a su propia derrota:

  “Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de lo dulce, por convención asimismo nos referimos a lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío” afirma el intelecto. Mas al escuchar   tal cosa, los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: “Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota”.

 No hay manera de apostar a un solo polo, mantener la tensión de la contradicción es lo único que con lucidez cabe hacer. Mas si nuestra propia condición biológica puede explicar la tendencia a homologarnos con la generalidad animal, el intelecto parece hoy tomar su revancha al apostar por la eclosión de entidades sin vida, pero dotadas de inteligencia y aun de inteligencia lingüística.

Una prueba de que hay efectiva praxis filosófica sería que el espíritu se encontrara realmente atravesado por lo que citado texto indica. Estar efectivamente abierto a la posibilidad de que el intelecto no sea un reflejo de la realidad exterior, sino el único garante de que hay tal realidad exterior. Tomarse pues en serio quizás en problema filosófico fundamental.

No se trata tanto de posicionarse ante una posibilidad u otra, sino simplemente de dejar de considerar la cosa como un ocioso experimento mental, sin duda de interés cultural pero que no pone en tela de juicio la convicción firme de que el ser humano es un elemento más en un entorno del que sólo un extravío mental haría dudar. Descartes lo señalaba ya en sus Meditaciones. La filosofía fuerza a poner en entredicho las apariencias, pero las opiniones ancladas se resisten de inmediato:

“Pues aquellas viejas y ordinarias opiniones vuelven con frecuencia a invadir mis pensamientos, arrogándose sobre mi espíritu el derecho de ocupación que les confiere el largo y familiar uso que han hecho de él, de modo que, aun sin mi permiso, son ya casi dueñas de mis creencias (…)  Aun dado que los sentidos nos engañan a veces, tocante a cosas mal percibidas o muy remotas, acaso hallemos otras muchas de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por su medio; como por ejemplo que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este papel en mis manos”.

Lo que el hipotético Descartes que volvería a las “viejas y ordinarias opiniones”, efectúa no es tanto tomar partido por los sentidos en el texto de Galeno como poner en entredicho la legitimidad misma de la cuestión que ese texto plantea. Expulsar el asunto del catálogo de lo que puede y debe ser planteado: tal es la primera premisa de seres humanos resignados a vivir sin filosofía.


Victor Gómez Pin, Ante un texto emblemático: disposición filosófica versus poder de las "ordinarias opiniones", El Boomeran(g) 08/07/2024

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