Carl Schmitt






Nada de lo que nos pasa puede entenderse sin Carl Schmitt. Sobre todo, si tratamos de analizar por qué la derecha sufre un brote extremista en su psique política que le lleva a arrebatos furiosos de populismo que impugnan la aspiración consensual y pactista de la democracia liberal. Para acertar la diagnosis hay que releer a Schmitt. En su obra se explican las causas de la polarización amigo-enemigo, de la inevitabilidad de la geopolítica o el auge del decisionismo. También aborda los motivos que llevan a los liderazgos por aclamación, a la sustitución de la democracia liberal por la populista o la derrota de la racionalidad deliberativa ante la emocionalidad, entre otros factores que concita nuestra realidad cotidiana. En todos ellos, Schmitt tiene algo que decir.


Pero nos equivocaríamos si pensáramos que lo que dice es algo que cae dentro de la dogmática derecha-izquierda. No, Schmitt la trasciende, aunque fue el teórico más importante de la llamada Revolución Conservadora del periodo de entreguerras en Alemania. Su reflexión es revolucionaria. Cuestiona el liberalismo como fundamento de la democracia y la racionalidad como el presupuesto moral de la estructura organizativa de la comunidad política. Para Schmitt, el liberalismo no sirve en momentos de excepción. Es decir, cuando la normalidad del mundo es sacudida por la complejidad de este y se precipita en la ruptura de la paz social. En realidad, Schmitt es el profeta del populismo y de la agitación emocional que arrastra a los pueblos a echarse en brazos de líderes abrasivos que les hablan desde el sentimiento y las vísceras políticas. Por eso, lo invocan todos los críticos de la democracia liberal. No importa el color político ni la latitud geográfica. Él siempre está ahí. Vivo y coleando. No falla cuando alguien dispara contra ella.


José María Lassalle

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